Sobre la trova yucateca y los trovadores
Fíjate que no. En la trova yucateca no hay canciones bravías, ni una sola. Ni siquiera un cachito. Nada que ver. Un día me preguntaban eso, que porqué... me llamó la atención el asunto y de entonces me enfrasqué en la curiosidad ¿Por qué?
Olvídate de la rutina y escápate:
George de la Selva, balneario y cenote cerca de Mérida
México tiene música hasta por debajo de la tierra. Donde quiera salta un arpa, una marimba, un violoncillo rasposo como aquel del viejo Elpidio, el tamaulipeco, una redoba, una tambora, pero la yucateca siempre ha sido reconocida como la esencialmente romántica. ¿Por qué? La trova yucateca canta a una novia, permanentemente deseada, pero también inaccesible…permanentemente ¿por qué? Las canciones, los boleros mexicanos de por otros lares se permiten hablar de aventureras que venden caro su amor, o de pervertidas adorables, o de pecadoras. Muchas otras, suelen hablar de miseria, de odio y de amores perdidos, de fatalidad, incertidumbre, perfidia, despecho. y tenemos luego de las que se llaman «de ardidos»: «no más un orgullo tengo / que a naiden le sé rogar, aay que la chancla que yo tiro no la vuelvo a levantar».
Pero en la canción yucateca jamás se dieron esos casos. Su inspiración es, primordialmente la mujer y ésta, como objeto de veneración y, quizá, como un sueño nebuloso e inalcanzable ¿Por qué? ¿De dónde viene todo ese tan mentado romanticismo? Habremos de remontarnos alrededor de ochocientos años. Curiosamente, también se llamaban trova y trovadores. En el sur de Francia. Ahí. Uno no se lo imagina. Resulta que el amor, antes de «esa» trova y de «esos» trovadores, era de otro modo. Todos estos cuentos de la pasión, el sufrimiento, los apretujones del corazón, la angustia de la ausencia, los zurcos en las mejillas provocados por las lágrimas, los «teleles» y los altos y eufemísticos adjetivos dedicados a la loa del amor y a su objetivo principal, el ser amado, no existieron sino hasta la llegada de aquellos trovadores.
Antes no “peregrino de amor, vagaba triste, por sendas oscuras y de abrojos una gloria buscaba, sé que existe, la hallé en el fondo de tus lindos ojos”. Morir de amor es una fantasía trovadoresca y sin embargo, todos hemos estado, mil veces, en la orilla misma de ese precipicio sin saber siquiera que se está viviendo una locura que antes del siglo XII, ni siquiera era imaginable y que hoy es tan frecuente, como canto de piedra de río…”compadéceme sí, con amor ven a mí…quiero volver a tener corazón”. El tiempo de los trovadores es el parteaguas a partir del hecho exquisito de componer un nuevo mensaje poético, de inventar una música para cantar a la mujer, -que a nadie se le hubiera ocurrido entonces que el varón pudiera ser cantable- el acto del amor, el hecho del amor, sufrió una transformación total. De ser brutal, desangelado, inanimado y elemental, pasó a ser etéreo, espiritual, caballeresco, alado y estúpidamente sentimental.
El amor descortés se transformó en humor cortés, bajo la única responsabilidad de los trovadores «Me iré soñando que tú me quieres y con los besos que no te di». Mucho se ha estudiado el origen de este fenómeno cuya raíz más visible, histórica, se halla ahí, en el Languedoc, al norte de los Pirineos. Trobar en lengua provenzal es igual a trouver; en francés. Trovar siempre ha sido el placer de un bello hallazgo. No en balde se traduce del latín (lnventionem, trouvements) «Je l’ai trouvee comme un tressor dans un champ…» decían aquellos «antes de conocerte te adiviné» han dicho ahora nuestros Guty Cárdenas. La lengua con la que se empezara, tan poéticamente, a elogiar la belleza de la mujer fue la lengua de Oc. El occitano. En ella oc quiere decir sí. Quizá porque a las mujeres de entonces les diera menos trabajo decir oc…
Del sur de Francia se fue desparramando al resto de Europa. El mundo entero se volvió un sólo caballero andante, al servicio de una mujer eventualmente inaccesible, evanescente, lejana -y casi por consiguiente virgen en la que se depositaban los sueños más ardientes, sueños cuya caducidad dependía del frágil hilo de una conquista jamás buscada y preferentemente pospuesta «…yo sé que nunca, besaré tu boca / tu boca de púrpura encendida, yo sé que nunca llegaré a la loca / y apasionada fuente de tu vida»… Yo lo sé. Todos lo sabemos. Posponer indefinidamente la consecución del placer es la malicia más apetecida por el deseo, aunque parezca lo contrario, y su mayor astucia. Así, el logro del objeto del amor, es paradójicamente, el final, la consumación, la muerte de la pasión. Pasión, procede del latín Passio-onis, derivado de pati, padecer, acción de doler o sufrir padecimiento. Todos los sinónimos de esta palabra, han sido usados, según qué época, por los léxicos poéticos en moda: ardor, acceso, arrebato, ataque, ceguera, efervescencia, enajenamiento, llama, fuego, iricendio, volcán, delirio, locura, paroxismo. Sin embargo, todos, o casi todos, aunque sea por una sola vez, hemos vivido esa dulce obnubilación, esa «deliciosa» tristeza de la ausencia, esa incomparable «agonía de vivir sin ti» que hasta hoy en día y desde entonces, «penamos» con el mayor placer.
Morir de amor
«Dicen que cuando murió / tan dulce y tan bella era / que hasta la misma madera, de su ataúd floreció…» Hay investigaciones que conducen las trazas de este «dolce stil nuovo» del amor cortés al terreno árabe. Don Ramón Menéndez Pidal hace comparecer los «Zejeles», esos estupendos requiebros de los poetas árabes del siglo X -enfrentándolos a las primeras canciones provenzales, haciendo recorrer una ruta inversa a esta corriente del amor -adoración, desde el norte de África hacia arriba. La alabanza de la muerte de amor, es, en muchas ocasiones, el leit motif de, estas canciones hechas por los aquellos poetas. Ibn-al-Fahrid dijo «Aquel que no muere de su amor… no puede vivir de él» así dijo… y luego el refrendo de la trova yucateca: «Llorando me vieron después las estrellas! y siempre recuerdo llorando, iay de mí! mi amor que a tu paso dejé como ofrenda! mis besos y mi alma muriendo por ti»
Como quiera que hubiera sido, antes de los trovadores provenzales el amor no era así. Los orientales no conocen, más que por referencias, este tipo de amor. No lo podrían entender.Tristán e Isolda, Abelardo y Eloísa, Don Quijote y Dulcinea, Dante y Beatriz, son la esencia del mito. El amor imposible. Romeo y Julieta son el paradigma del obstáculo. Si los Montescos y los Capuletos hubieran sido amigos, en vez de enemigos irreconciliables, Shakespeare no se hubiera ni molestado en pensar en ellos: insulsa gente feliz.
Por otra parte, en toda nuestra música mexicana, -la de amor desde luego- hay profundos suspiros, quizá por la pérdida de este «triste padecer». Hay toda una mística religiosa, cristiana, en aquello de que el sufrimiento es el camino de la redención. Así somos. Tal vez por eso los instrumentos de tortura -con los que nos autoflagelamos- son de los más conocidos. Casi todos tienen nombre de bolero actual: Desdén, Olvido, Nunca, Ausencia, Lejanía, Distancia, Delirio, Obsesión, Perfidia… y casi todos nos han causado, cada uno a su tiempo, -título y significado- hondas heridas del alma que no acaban de curar, que se dice.La mujer, -ese oscuro objeto del deseo- es la causa de todos estos males en la trova producida por aquellos antiguos juglares… y en la de ahora: «La perdición de los hombres la causa son las mujeres» -no había, pues, entonces mujeres trovadoras- y la separación, la distancia de ella, es la leña que aviva la llama que nos consume.
La separación es equivalente, siempre -aún en los casos de que la mujer estuviera en las antípodas- al término de la distancia. Se puede estar a la mínima lejanía, digamos, de un beso y estar separados, irremediable y abismalmente por cualquiera de aquellos instrumentos de tortilla citados… y vivir, entonces, aún más grandilocuentemente, la pasión insatisfecha.Así es que ha sido desde entonces… e igual han llegado las quejas del amor lastimado a nuestros oídos desde ese siempre, desde ese nunca, para decirlo con tono trovadoresco, y a estos tiempos modernos, con la misma laceración placentera y con la misma actitud de ausencia ante la saciedad del deseo y la consumación de los incontables suspiros. En las canciones de otras partes de nuestro paisaje musical puede percibirse esta nostalgia por ese dolor de amar sin correspondencia, una especie de sabiduría de lo que significa y cuesta, digamos, la conquista para la destrucción de la pasión, para la supervivencia de la –tan mentada- “locura de amar”. Muchas de esas canciones lo dicen de manera explícita y en ocasiones muy bella, ante la plaza rendida: «El hastío es pavo real que se aburre de luz en la tarde» (Agustín Lara) o «pero a veces quisiera volver a tenerte, tan lejos… porque nunca te tuve, tan cerca de mi». (Vicente Garrido) o «En el joyel de oro de mis recuerdos eres / como un lucero triste que se quedó dormido…aléjate, si quieres, salvarte de mi olvido» (Gonzalo Curiel) ¿No es cierto?Hoy, nuestros sufridos trovadores, esos seres extraños dedicados a organizarse en tríos -los únicos que saben como se puede hacer el amor entre tres- y a fomentar las pasiones entumecidas de los asistentes a un restaurante o a ejercitar el arte de bajar lunas y estrellas ante el balcón de una mujer desdeñosa -y conseguir que asome con una lágrima furtiva y una iluminada sonrisa de beatitud- son los lejanos herederos de aquellos otros Quiérase o no. Cosa de los tiempos… Ellos y los compositores de canciones de amor de cualquier laya, naturalmente, con sus asegunes. Trovadores son.
Desde aquellos, los provenzales, que cambiaron el mundo de la literatura, cambiando la «enfermedad» del amor, que decía Platón, hasta -imagínense- los integrantes de cualquier «nueva trova» que en Cuba y en el mundo hayan sido y estén siendo en la actualidad. Pero las reglas de la trova original eran aquellas, las de la servidumbre ante la mujer, las de la separación y la ausencia, las del respeto caballeresco a la dama; las de la declaración «de sus virtudes y. sus encantos»… para que se conozcan por doquier y se dé alto testimonio de ellos. Pues bien, este es el origen de nuestras canciones yucatecas más duraderas y de más prestigio.. Igual que en la poesía, no hay ejemplos de canciones de más allá del siglo XIX. Quizá por las dificultades de su transmisión. Las más antiguas se encuentran en un famoso cancionero llamado el de Chan Cil. Chan Cil y otro compañero suyo H’uay Kuk, eran jóvenes de los que se suele llamar «gente bien». Chan Cil quiere decir el pequeño Cirilo por su padre Don Cirilo Baqueiro que fue gobernador de aquellas tierras cuando serlo era aún timbre de orgullo; H’uay Kuk quiere decir ardilla diabólica y su nombre, Fermín Pastrana, también tiene que haber sido de bigotes y polainas. Ambos, Cirilo y Fermín, iniciaron, cuando menos no se sabe de trovadores anteriores, esta enamorada tradición. Con esto queda claro que la canción yucateca no es un producto popular. Las canciones que produce el pueblo son anónimas, están llenas de una gracia, digamos democrática, y gozan de una especie de patente de corzo, avalada por toda la gente. Estas canciones no.
Hay mucho de artificio, de malicia, de sabiduría sobre el «cómo» es que se puede retorcer el alma del (la) oyente. Cómo anudarle la garganta, a aquellas, al punto de la asfixia. Por eso.Hay ahí metida, hasta el fondo, la mano artera de la Poesía y la no menos calculadora de la Música -ambas con mayúscula- cada vez con más conocimiento de aquellos, los oscuros caminos de la emoción. Sólo así es posible imaginar a José Peón Contreras, por ejemplo, en convivencia con aquel Chan Cil, o a Rosado Vega con Ricardo Palmerín – aquel que tenía nombre de caballero andante- o a Mediz Bolio entreverado con Guty Cárdenas, «trovando» bajo las palmas cubanas del parque meridano de Santa Lucía, “entre los hijos de la noche hermosa”…Sólo así, tanto y tantos otros, sin olvidar a Pepe Domínguez: “ En tu boca de fresa, quiero besarte…y es un beso asesino, el que te quiero dar”, y aquel de “Tengo un pájaro azul, dentro del alma, un pájaro que canta y solloza”…De ahí mismo, de ese almácigo increíble, es que vienen “cantandito” todos los Esquiveles y los Demetrios y los Navarros y los Manzaneros. Nada menos. Ha de ser por eso ¿no? Canciones como éstas, las yucatecas, de amor doliente, al estilo purísimo trovadoresco se han compuesto -con esas intenciones específicas- en todos lados, pero podemos encontrar quizá, sin razón aparente -ameritaría una investigación más profunda- los mejores ejemplos en la canción yucateca, en esa trova tan nuestra, de ayer, de hoy y de siempre ¿Por qué? Después de toda mi afanosa curiosidad, desde aquella pregunta sobre la canción bravía en Yucatán, que me dejara tan pensativo, me la he pasado sonsoneteando con don Pastor Cervera y trasladando todas mis inquietudes a los misterios de su «Dime, ¿por qué no te conmueve mi tristeza…? / dime, ¿por qué no te conmueve mi dolor? / dime, por qué no haces gala de grandeza / y me dices… ¿porqué?
Fuente: México en el Tiempo No. 20 septiembre / octubre 1997
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