Ceremonias rituales olmecas en La Venta
México Desconocido te presenta este relato en torno a la ceremonia de transformación de Preciado Regalo, un niño "baby-face" olmeca en La Venta, en el años 750 antes de nuestra era...
La posición de las estrellas en la bóveda nocturna y la extensión de la sombra del sol en su viaje diurno indicaban que la tierra estaba preñada de nueva vida; una vez más la naturaleza florecía en su eterno remozamiento.
En La Venta, la famosa capital olmeca del sur de la zona del Golfo, este glorioso evento del año 750 antes de nuestra era, el octavo del reino de Garra de Jaguar, iba a ser celebrado con espléndidas ceremonias públicas de gran solemnidad y pompa. Esperaban, por supuesto, la visita de todos los líderes y muchos de los habitantes de la vasta región circundante, de la cual La Venta es el principal centro ceremonial.
Hace más de trescientos años, cuando San Lorenzo era la gran capital regional olmeca, La Venta no era más que un centro secundario localizado en una isla que, en épocas de lluvia, era completamente rodeada de agua. Pero en la estación seca la circundaban pantanos al sur y al este, y dos ríos navegables al noroeste y al oeste. Todo lo que se traía al centro, incluso los grandes y pesados bloques de piedra usados en sus monumentos, las losas de piedra y los millones de canastos de tierra para la construcción de sus numerosas plataformas y montículos y la gran pirámide que dominaba el paisaje costeño, eran traídos al centro por medio del río del poniente, que era el más profundo.
Todas las construcciones de La Venta, incluso la localización de los monumentos y la ubicación de entierros y ofrendas de subsuelo, seguían una orientación basada en una línea central imaginaria, basada en la orientación astronómica que corresponde a 8° al oeste del verdadero norte magnético. Visitantes al centro siempre se quedaban impresionados con los millones de toneladas de tierra y lajas, y la mano de obra necesaria para construir esas estructuras. Pero lo que más les asombraba era el tamaño y la belleza de los monumentos, tan perfectamente tallados, sobre todo las gigantescas cabezas olmecas tipo retrato, que parecían que la naturaleza misma las había labrado. Sólo mucho más tarde se daban cuenta de que la piedra no existía en La Venta o sus alrededores, y que la tenían que traer de muy lejos, usando enormes cantidades de gente, atravesando selvas, ríos y pantanos… ¡Era de veras admirable!
LOS PREPARATIVOS PARA EL RITUAL
Los preparativos para la gran celebración ya llevaban semanas. A cambio de canastas de maíz, muchos jóvenes se comprometieron a limpiar plazas y banquetas; se contrataron trabajadores para reparar, enyesar y pintar montículos y plataformas color rojo-ocre. En el conjunto residencial de la nobleza, al sureste de la gran pirámide, ya se almacenaban grandes cantidades de carnes saladas de venado, tortuga, liebre, cocodrilo, pescado y perro, todo traído al centro en canoas de fondo plano. Además, estas carnes se servirían con granos, sobre todo maíz, tubérculos, zumos y frutas dulces. Ya habían fermentado grandes cantidades de una bebida hecha de maíz, que metieron en enormes vasijas de barro, guardadas en arena para mantener la temperatura fresca y constante. Garra de Jaguar decretó que el ritual religioso principal tendría lugar en el altar del lado este de la gran plataforma norte-sur, cerca del conjunto residencial de la élite. Lo había hecho tallar para celebrar su primer año como sacerdote-gobernante supremo. Pero rompiendo con la tradición, en vez de retratarse en el nicho simbólico deteniendo la escultura de un niño antropomorfo compuesto, se hizo retratar sosteniendo una cuerda atada a un cautivo para recalcar su poder como líder secular y religioso, acto muy comentado y criticado por funcionarios religiosos. Sus amigos y partidarios, incluso el escultor maestro de La Venta, lo veían como un innovador.
Pero el ser más importante de La Venta no era Garra de Jaguar, su sacerdote-gobernador supremo, sino un adolescente “cara de niño”, que ya había presenciado diecinueve cambios de estación y vivía en un área apartada del conjunto residencial habitado por el propio Garra de Jaguar. El éxito de las festividades dependía de cómo este ente venerado soportara las ceremonias religiosas, pues la gran mayoría de ellos morían en la infancia. A los que exitosamente llegaban a una edad adulta, se les honraba con un retrato colosal en piedra (una colosal cabeza olmeca).
LA HISTORIA DE PRECIOSO REGALO
Individuos “cara de niño”, o baby-face, son los que hoy llamamos niños con Síndrome de Down y otros relacionados con el mongolismo. Era sagrado entre los olmecas porque la propia naturaleza los escogía y les hacia únicos entre los demás individuos. Precioso Regalo, el baby-face actual de La Venta, fue parido por una señora ya grande en un centro secundario, a doce horas de viaje de La Venta. Su madre le nombró Precioso Regalo porque lo recibió de la naturaleza ya tarde en su vida.
Siendo un niño fuera de lo común, a los dos años ya manifestaba las características de un baby-face: cabeza alargada con suturas de cierre lento, cabello escaso y delgado, ojos almendrados con pliegues claramente mongoloides, mandíbula ancha, figura palatina, lengua grande, cuello corto y ancho, extremidades cortas y anchas, genitales subdesarrollados y una sola línea en las manos. No hablaba ni caminaba, y sólo su vieja madre entendía los gruñidos que emitía. Cuando se supo que era un baby-face de veras, un sacerdote y un asistente lo llevaron a una cueva en las lejanas montañas del oeste, donde lo sometieron a ritos de purificación, le perforaron el tabique o cartílago nasal y los lóbulos de las orejas y ciñeron su cabeza con tablitas de madera para darle la forma bulbosa exclusiva de los baby-face. Para acentuar esta distinción, rasuraban sus cabezas y en algunos casos les ponían cascos protectores.
Precioso Regalo se desarrolló bien. El sacerdote con el cual vivía lo entrenaba pacientemente, enseñándole a quedarse sentado e inmóvil por largos ratos, permanecer sentado y quieto mientras traía máscaras bucales y vestimentas pesadas, y soportar que le extrajeran sangre. Lo más doloroso y difícil de enseñarle era el uso prolongado de máscaras bucales en preparación para las ceremonias rituales. Estas máscaras le producían tanto dolor que para aliviarlo le daban bebidas de yerbas narcóticas. Un día, ya en su décimo año de vida, le vino a ver el sacerdote-gobernante de La Venta, pues el venerado baby-face de la capital había muerto de una herida producida por una ofrenda de sangre que nunca sanó. Luego de dos semanas de observación lo llevaron a La Venta donde lo hicieron baby-face supremo, y empezaron a tallar su imagen para acompañar a los señores muertos en sus viajes de regreso al Corazón de la Montaña.
EL DÍA DE LA GRAN CEREMONIA
Cuando finalmente llegó el gran día de las ceremonias de renovación y fertilidad, mucha gente hizo peregrinaciones para realizar sus ofrendas a cimas de montañas, cuevas y santuarios donde el agua brota de quietas montañas.
En La Venta, antes que el sol saliera, los últimos nobles, después de largos ritos de purificación, terminaban sus ritos de sangramiento después de varios días de abstinencia sexual y de comida. Casi todos vestían sus mejores atuendos, maravillosos tocados, algunos con formas de animales, incrustados con brillantes piedras y plumas de colores; orejeras y colgantes de jade, serpentina y obsidiana, muchos en forma de flor o encisos con temas religiosos, otros de barro o madera, pintados. Los hombres portaban faldas cortas, calzones cortos y taparrabos con cinturones y hebillas en una gran variedad de estilos; los invitados provenientes del sur vestían faldas cortas pegadas a las caderas y recogidas en la hebilla, revelando parte del taparrabos. Los ricos y poderosos usaban collares de jade de muchas vueltas, pectorales rectangulares o circulares con imágenes del antropomorfo compuesto. Algunos nobles traían, por derecho, largas capas, algunas de plumas, pero muchas de algodón de colores sólidos con barras de distintos colores en el borde. Los nobles de La Venta siempre venían descalzos, pero muchos de sus invitados, especialmente los del sur, llevaban sandalias de talón alto. Las mujeres portaban largas túnicas, muchas de un algodón muy albo, y flores en el pelo. Garra de Jaguar, el sacerdote supremo y celebrante, traía un tocado cónico de papel de amate que se erguía sobre una banda con una insignia portando el rostro del antropomorfo con dos rectángulos con hendiduras en forma de “V” a cada lado de la insignia. Traía orejeras de jade y un gran pectoral rectangular con “V” hendido, enseñando la figura entera del antropomorfo compuesto. Vestía un taparrabos con un cinturón ancho y una hebilla con el símbolo de las barras cruzadas, o cruz de San Andrés. Su atuendo se completaba con una capa blanca que bajaba hasta el tobillo, donde había una banda azul. A la manera olmeca, estaba descalzo.
Afuera, en el centro, la gente se agolpaba en todos los espacios y la expectativa crecía.
Era media mañana cuando el bocinar de conchas anunció el inicio de la ceremonia. Al retumbar lento y triste de un grande tambor de piel, comenzó a aparecer la procesión. Solemnemente, con pasos lentos y medidos, hizo su aparición Garra de Jaguar, en su rango de primer sacerdote. Luego, para asombro de todos, surgió una litera con techo, abierta, portando a Precioso Regalo, provisto sólo de un taparrabos y sentado con las piernas cruzadas sobre una cama de flores y conchas. Detrás de la litera venían los sacerdotes y asistentes, la élite de La Venta y sus invitados y, por último, los líderes regionales en orden de importancia.
Después de que la procesión llegó al lado sur de la plataforma que servía de base a la pirámide, la litera fue levantada sobre ella y colocada de tal manera que todos podrían ver el baby-face antes de su “transformación”. Luego, seguido del supremo sacerdote, el baby-face fue llevado a una humilde cabaña con techo de palma, construida al pie de la pirámide para esta ceremonia especial. Simbolizaba la entrada a la sagrada montaña, donde se vestía ritualmente al baby-face con atavíos milenarios del zoomorfo reptil, y donde cada movimiento tenía el poder de una encantación mágica.
Con la ayuda de sus servidores, el sacerdote supremo empezó por insertar la pieza de hueso en el tabique nasal del baby-face para mantener el labio superior vuelto hacia arriba. Después le metió la máscara bucal de reptil que mostraba los colmillos superiores entre los inferiores para distinguirlos de los de un felino. Luego colocó el pendiente de barras cruzadas y la amplia banda en la cintura con una hebilla que también traía el símbolo de las barras cruzadas. En seguida venía la magnífica capa de plumas que llegaba hasta la cintura, de modo que apenas tocaba el suelo cuando él se sentaba. Al final colocó el tocado, símbolo fundamental del zoomorfo reptil. La base de este tocado consistía de una banda de cuero con un “espejo” de hematita en el centro y dos cejas serradas de jade a los lados. Desde la banda, y vuelta hacia atrás, la corona del tocado terminaba en cuatro rectángulos formados por dos hendiduras puestas en forma de cruz. En la parte de atrás, y saliendo por debajo de la banda de cuero, un lienzo no muy largo, con cintas laterales terminando en hendiduras, cubrían los hombros. A ambos lados del tocado, empezando más arriba de la banda de cuero y bajando casi hasta los hombros, una tira de papel amate prensado le cubría las orejas. Esta “transformación” simbolizaba el viaje del baby-face al centro de la gran montaña de la creación, representada por el zoomorfo reptil, donde se convertía o “transformaba” en antropomorfo compuesto, la personificación de la unidad entre la naturaleza y la humanidad.
El sonido de flautas, cascabeles de conchas y un animado sonido de tambores anunciaban a los presentes que la procesión seguía hasta el “altar” de Garra de Jaguar, esta vez con la litera cubierta al frente y seguida a pie por el supremo sacerdote. La interrupción de la música fue señal de que habían llegado al “altar”. Lentamente depositaron la litera sobre el “altar”, se quitaron las cortinas y el antropomorfo apareció ante la gente. A medida que los gritos de sorpresa de la gente se acallaban, los sirvientes comenzaron a quemar incienso y Garra de Jaguar sacrificó a un niño, colocando su cabeza y extremidades ante el nicho del “altar”, simbolizando la muerte ritual del baby-face. Después de otros actos de purificación vertió agua preciosa sobre el suelo en ofrenda y, en seguida, colocó una concha cortada verticalmente, semejando una manopla en la mano derecha del antropomorfo. Igualmente, el rito del juego concluyó con una antorcha simbólica en la otra mano del antropomorfo. Este ritual de fecundidad, que incluía agua y fuego, simbolizaba la naturaleza en su máxima expresión de vida y muerte.
Muchos de los monumentos de La Venta conmemoran este momento de la gran ceremonia de renovación.
Después de estos rituales, los nobles y sus invitados regresaron al conjunto residencial para iniciar las celebraciones, dejando al antropomorfo en el “altar” para ser admirado. A medida que la gente avanzaba para verlo, se repartía comida y bebidas. Al terminarse la comida, se bajaban las cortinas de la litera y el antropomorfo era llevado a sus habitaciones en el palacio del sacerdote-gobernante. Esa tarde, durante la gran cena en el patio del palacio de Garra de Jaguar, uno de los invitados que venía de tierras lejanas, del oeste, donde las montañas echan humo, se enamoró de una de las hijas de Garra de Jaguar. Era el hijo del señor de un pequeño centro religioso llamado Chalcatzingo.
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