La emoción de escalar la Barranca de Candameña en Chihuahua
Acompaña a este viajero en una aventura llena de adrenalina y de majestuosos paisajes en la Barranca de Candameña en Chihuahua, donde justamente desciende la imponente Cascada de Basaseachi, una de las más altas de México.
La sed de vida me obligó a regresar a la Barranca de Candameña y escalar sus imponentes paredes para sentir la adrenalina recorrer mi cuerpo entero. Aquí descubrimos hace algunos ayeres una de las cascadas temporales más altas de Chihuahua.
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Regresé mis pasos para visitar de nuevo los sitios que tanto me maravillaron hace 20 años y que aún están entre los más hermosos de nuestro país. Me invadió la nostalgia. Los hallazgos más memorables que efectué fueron en el estado de Chihuahua, al interior de la Barranca de Candameña, una de las más profundas de la entidad.
Grande entre los grandes
La Barranca de Candameña nace justamente donde desciende la Cascada de Basaseachi, una de las más altas de México, con 246 metros de caída. La profundidad máxima de esta barranca es de 1,750 metros, mayor a la Barranca del Cobre (la más famosa en Chihuahua y México) e incluso mayor que el Gran Cañón del Colorado (1,450 metros). Además, Candameña es particularmente una barranca vertical y muy quebrada, por lo que su ancho resulta estrecho, lo que la vuelve espectacular. En síntesis, es profunda, vertical y angosta. El Río de Candameña corre en sus entrañas, es el mismo que entrando al estado de Sonora se convierte en el Mayo y desemboca en el Golfo de California.
Majestuosidad intermitente
Fue con mis amigos del Grupo de Espeleología de Ciudad Cuauhtémoc (GEC) que estuve explorando esta barranca entre 1994 y 1998, y los resultados fueron francamente asombrosos, ya que dimos a conocer algunos de sus parajes más destacados, mismos que hoy le han dado fama, especialmente el hallazgo de la temporal Cascada de Piedra Volada y de la Peña del Gigante, ambas de categoría mundial.
Ciertamente fue una gran suerte que todo lo que exploramos estuviera dentro de los límites del Parque Nacional Basaseachi, de este modo los parajes gozan de un importante estatus de protección. Se han puesto fuera del alcance de los mineros y explotadores de bosques, facilitando el acceso a los viajeros que aman los desafíos importantes. Hoy en día se considera que la Cascada de Piedra Volada es la más alta de México (temporal) y entre las más grandes del mundo, ya que cuenta con una caída libre de 453 metros. Se puede apreciar en toda su magnitud en otoño, que es cuando lleva su máximo caudal.
Posteriormente casi no se aprecia la cascada, debido al poco volumen de agua, ya que el arroyo de Piedra Volada que la alimenta tiene un caudal mucho menor que el arroyo de Basaseachi. Sin embargo, siempre vale la pena visitar este sitio, ya que cuenta con algunos de los miradores más impresionantes de la Sierra Tarahumara.
El parque también cuenta con la Peña del Gigante, una altísima pared de piedra de casi un kilómetro vertical (885 metros), la cual representa un gran reto de escalada en nuestro país. Vine con la firme intención de capturar la belleza de estos parajes. Una serie fotográfica fue el detonante para recordar que en incontables ocasiones, estas piedras han recibido mis pasos. Fue asomándome en esta barranca que poco a poco conocí su realidad geográfica; documentándola, tomando conciencia de su dimensión.
Sin aliento
Recorrer la parte más abrupta de la Barranca de Candameña es una vivencia imborrable, de las que se graban en el alma y que un simple olor es capaz de evocar. La vista de la Peña del Gigante me robó el aliento. El tiempo quedó suspendido. En medio de aquella inmensidad, desde la misma orilla del río, sentía como si volara: casi un kilómetro se erguía encima de mi pequeñez. Era impresionante. En ese recorrido se disfruta de cientos de pozas, de su belleza, de remansos formados a lo largo del cauce del río, la mayoría de ellos profundos y con agua azul turquesa. Me refresqué. Reí gozoso. Traté de apaciguar con aquel espectáculo natural la fatiga del camino, del sol intenso.
Desandar el camino
Como si de un homenaje se tratara, recreé lo que entonces me hizo concretar un sueño. Efectué una serie de entradas a las partes altas de la barranca con el fin de localizar la Cascada de Piedra Volada, hasta que, tras varias horas, finalmente di con ella (son pocos los lugareños que conocen el camino). Desde aquí se tiene una de las vistas más imponentes de todo México. En el primer plano, los casi 500 metros de caída y frente a la cascada precisamente la magnitud vertical de la Peña del Gigante.
Descendí en rapel, aquella vez con la intención de medirla (lo que nos llevó varios meses de entrenamiento y preparativos), ahora mi objetivo es simplemente disfrutar de esa caída tan magnífica,de ese silencio que está hecho de viento.
La memoria engaña
No la recordaba tan alta ni tan escarpada. El primer intento de bajarla fue fallido, la cuerda que teníamos no alcanzó. Pero no nos rendimos; hicimos un segundo intento, uniendo 150 metros más de cuerda, y ahora sí nos dio; el descenso fue difícil por la inmensa cantidad de agua que caía de la cascada, y que no pudimos evitar debido a lo cerrado del cañón. Durante el segundo descenso, el doctor Víctor Rodríguez Guajardo y yo, extenuados pero entusiastas, bajamos toda la cañada de Piedra Volada hasta alcanzar la Barranca de Candameña. Es una distancia corta en realidad, un kilómetro cuando mucho, pero tiene varios saltos dificultosos que nos obligaron a realizar cinco rapeles más.
Um gigante es testigo
Frente a la Cascada de Piedra Volada se encuentra la Peña del Gigante. La visión que se tiene de la gran pared es impresionante por su cercanía; los abismos, alturas y vacíos me causaron vértigo. Desde la meseta principal, pronto localizamos una ruta para llegar a la cumbre del Gigante, justo donde se desprende la pared vertical de la peña, hasta llegar a la orilla del río. Desde ahí hay otra vista de Candameña: espléndida con sus innumerables perfiles de cerros y montañas.
Otra parada imprescindible en este viaje de retorno en el tiempo fueron los miradores de Huajumar, aquellos que localizamos en la otra cara de la barranca, en el Cerro de la Corona. Sin duda, estos miradores, como los de la mismísima cascada de Piedra Volada, presentan algunos de los escenarios más monumentales y desmesurados de nuestro país.
Al volver a caminar las veredas que alguna vez abrimos, pude constatar que los sitios que dimos a conocer permanecen intactos e igualmente hermosos. El agua del arroyo de Piedra Volada aún sigue limpia: pude brindar con ella, dándole gracias a Dios por tantos privilegios. La gran roca donde tantas veces acampamos, sigue ahí a la orilla del río, rodeada por el bosque. Desde luego, de nuevo me ofreció su refugio y acampé, en medio de esos árboles, donde forjé tantos sueños. Volví a ver venados, cholugos, conejos, ardillas, lagartijas, camaleones y una que otra serpiente. Me sentí feliz, en medio de mis recuerdos y embriagado con la realidad palpitante a mi alrededor. Aunque se abrieron veredas relativamente cómodas para visitar tanto Piedra Volada, como el Gigante y sus miradores, son pocos los audaces que visitan estos santuarios naturales
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Las nuevas generaciones
En esta reciente visita me reuní con mis viejos amigos del GEC. Fue un grato y cálido reencuentro y desde luego, nuevamente rapeleamos la Cascada de Basaseachi, y en esta ocasión participaron también sus hijos, los que eran niños cuando exploramos todas estas maravillas. Fue completamente revitalizante empaparme con la lluvia y llenarme de estos paisajes, como si los viera por vez primera.
CÓMO LLEGAR
En auto: desde la Ciudad de México tomar la carretera 57D, 57N, 49, 45, 45D, 40D, 49D. Por la carretera que va de Chihuahua con rumbo a Yécora, Sonora, después de pasar por Tomochi, se entronca otra; a 12 kilómetros de este crucero se encuentra la Cascada de Basaseachi.
¿Quién es Carlos Lazcano?
Carlos Lazcano es fotógrafo y espeleólogo, también es un explorador de corazón, que ha encontrado en los accidentes geográficos el pulso de sus días. De ascensos y descensos están hechos sus sueños, que involucran, algún rincón mexicano que ansía ser descubierto.
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