Historia de la Feria de la flota en Xalapa
Conoce la historia de la Feria de la Flota, celebrada en Xalapa por vez primera en el año de 1721.
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Vista panorámica del Palacio de Gobierno y Catedral de la ciudad de Xalapa.
Por supuesto, los productos ofrecidos por los comerciantes de la Flota, vendidos a cambio de «una plata deliberadamente subvalorada», tuvieron que ver, principalmente, con las diversas necesidades de una población española y criolla, que depositó en la adquisición de ellos, aunque fueran de baja calidad y alto precio, la afirmación de su diferencia y rango social. Por ejemplo: cafeteras, candeleros, navajas, tijeras, peines, barajas, jabones, aguas de color, medias y calzas de punto; hebillas, tafetanes, linos, mantillas, pañuelos enrejillados y floreados, de muselina, de cambray; bordados de holán batista, de madrás y de balasor, cintería de seda y raso, marsellas de color, carranclanes de la India; alemaniscos de algodón y mantilletas y encajes de Flandes, de blonda francesa, de Emeties y de Mamodies, significaron los elementos imprescindibles de un atuendo que reflejó su clase social, aunque en muchas ocasiones prendas tránsfugas del ajuar fuesen al guardarropa de algunos mestizos.
Para la tan preciada actividad de la minería se adquirían: picos, cuñas, barrenas de escora y barretas. Estos instrumentos fueron tan importantes dentro de la dinámica laboral de las minas, que en las «Ordenanzas para el gobierno de las minas de Pachuca y Real del Monte», formadas por don Francisco Javier Gamboa (1766), se estableció: «… el que pretextare que se le perdió el pico o cuña que era de su cargo, se le rebajará del salario su preciso costo…»
Para los diferentes gremios como el de carpinteros se compraban azuelas, gubias, serrotes; para los canteros: escodas, barrenas; para los herreros: hierro en barras, labrado, en clavazón y en planchuela, bigornias, martillos de fraguas y peña, y cinceles.
Prohibido el cultivo de la vid en la Nueva España, resultó imprescindible obtener de las flotas las pipas, medias pipas y cuarterolas de vino tinto, chacalí, aloque, jerezano y málaga. Y para reafirmar el sabor español en una comida vuelta por necesidad y gusto mestiza, se adquirían por barriles o cuñetes ingredientes como pasas, alcaparras, aceitunas, almendras, avellanas, queso parmesano, jamones y chorizos chazina, botijuelas de aceite y vinagre. Todos estos productos por ser perecederos, debían venderse en el mismo Puerto de Veracruz, de acuerdo con la reglamentación establecida para la Feria de Xalapa.
Las diversos objetos elaborados por hombres y mujeres de allende el mar que trajeron las flotas, se volvieron no sólo propiedad por efecto de la compra efectuada, sino también signo de prestigio o reafirmación de una identidad amenazada por el desarraigo. Pero, sobre todo, fueron cosas que enseñaron nuevas formas de elaborar o reelaborar lo que había en la Nueva España, a semejanza de pequeños reyes Midas que cargados a «lomo de mula» estuvieron dispuestos a transformar las relaciones de sus hombres y mujeres.
En contraste con el comercio realizado con los artículos provenientes de las flotas que arribaron en forma intermitente (incluso mediando años de por medio), existió otro de menor envergadura, pero más constante, con otros puertos del continente americano que a través de sus cargamentos en bergantines, saetías, balandras, fragatas y urcas, tendieron a satisfacer las demandas del mercado interno cumpliendo sin concesión la ley mercantil de obtener la máxima ganancia o la mínima pérdida, sobre todo cuando había una población mayoritaria y pauperizada susceptible de amortiguarla.
De esta forma, los años que mediaron entre el arribo de cada flota fueron llenados por el comercio que, mediante acuerdos tácitos o explícitos, o simplemente por el contrabando, efectuaron las potencias mercantiles de la época: Inglaterra, Holanda y Francia o los propios nacionales españoles que con barcos particulares y licencia otorgada por el rey de España Felipe V (1735) se realizaron a través del Puerto de Veracruz.
Fue el caso del cacao que trajo la «Goleta de Maracaibo», que había naufragado a barlovento del Puerto de Veracruz (1762); salvada la mayor parte de la carga se depositó en la casa de un bodeguero del mismo puerto. Después de dictaminar si se había «averiado con el agua de mar», se concluyó que «no era conveniente para la salud pública» por contener «demasiado acre salado, ácido y asufroso». Además «el mar lo había ennegrecido más de lo que corresponde y su olor era mohoso».
Frente a tan desalentador y científico dictamen, se buscó uno menos estricto: si bien era cierto que el consumo del cacao no era «conveniente para la salud pública», también lo era que «mezclándolo en cantidad con otros cacaos bien acondicionados y en particular si estos se benefician para la bebida que llaman champurrado, pinole y chilate que consume en abundancia la gente pobre de este país», se permitía su venta.
Entre el comercio a gran escala de las flotas con productos de alto precio y el de menor envergadura de goletas solitarias, más el contrabando comercial que no dejó de realizarse, replantearon en la Corona Española la necesidad de permitir, primero, el intercambio legal con las islas del Caribe (1765), luego, suspender el sistema de flotas y su feria consideradas como un estanco del comercio y, finalmente, abrir las puertas al régimen de libre comercio (1778).
Xalapa quedó convertida en una Villa que había adquirido unidad y sentido bajo el impacto de la feria, aunque cambió a sus moradores de carácter, «costumbres y pensamientos, porque apartados de su genio natural, abandonaron sus ejercicios y agencias que enantes mantenían, siguiendo nuevos sistemas con el traje, estilo, modo y disposición del huésped europeo». Además, aunque las ferias dieron «lustre al pueblo en extensión y sociedad», sus «vecinos y patricios (…) se engolfaron en el oropel de la imitación, transformaron la máquina y empezaron y prosiguieron a invertir sus caudales en fábricas de casas, que ahora se ven cerradas y asoladas y la gente de oficio despoblando su patria para poblar la que le dé alimento».
Por su parte, «Los solares que aquí poseen los indios están los más en el año yermos» por falta de siembre y los pocos que la siembran «a media cosecha cortan la mazorca para vender el elote para una mictura (sic) que llaman el chilatole, quedando a la miseria de tener que comprar después todo el año para su alimento. No hay indio en este pueblo ni aun mediante rico; todos no salen de su infelicidad…»
En la Villa de Xalapa se había quedado la secuela de un mercantilismo monopolista que a pocos había dejado satisfechos y a muchos en quebranto; no obstante, se mantuvo como ruta privilegiada de los arrieros, esos «navegantes de tierra adentro» tan importantes para el libre comercio que se avecinaba.
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