Huauchinango, un colorido paraíso para disfrutar de la naturaleza
Te llevamos a conocer Huauchinango, un pueblito mágico donde sus paisajes naturales, su historia y sus sabores te enamorarán.
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Tributario de Texcoco hasta la caída de Tenochtitlan, la privilegiada situación geográfica de Huauchinango habría de convertir este pueblo en un lugar de paso y comercio entre la Ciudad de México y los puertos de Veracruz. “Lugar rodeado de árboles”, según el náhuatl, es además el de los ríos y cascadas, el de los grandes paisajes de agua a manera de presas, y el siempre acompañado por la presencia del Cerro de Zempoala. Pero Huauchinango es también sus azaleas, las reinas de un séquito de flores que nunca se acaban.
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El olor a cacahuate tostado
La sombreada Plaza de la Constitución de Huauchinango lo concentra todo: en las alturas quedan las ramas de los truenos y jacarandas, de las palmeras y fresnos; una fuente en el centro compite por llamar la atención con el quiosco de hierro forjado que dirige una esquina; y entre los bustos que recuerdan a los grandes está el de Rafael Cravioto –ese destacado militar liberal nacido en el pueblo y a quien se le reconoce su participación durante la Invasión Estadounidense, la Guerra de Reforma y la Segunda Intervención Francesa–.
Como si quisieran también adornar la plaza están las mujeres venidas de Cuacuila. Se sientan en el piso con sus largas nahuas y sus blusas bordadas, y venden a todo el que pasa tamales de puñete (así llamados porque se parecen al puño de una mano) y cacahuates hervidos o tostados.
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A unos pasos se encuentra la calle Guillermo Ledesma y Manjarrez donde parecen amontonarse las iglesias. Lo que en el siglo xvi comenzó siendo un convento agustino ahora es el Santuario del Señor en su Santo Entierro, el patrón del pueblo. Con paredes de piedra expuesta y una atmósfera de sencilla calma, el recinto no tiene más adornos que una cruz al centro y la imagen acostada del querido Cristo.
A la derecha, un mural de Raúl Domínguez cuenta las peripecias que esta iglesia ha sufrido. A un lado se encuentra la Capilla de la Virgen de Guadalupe y enfrente del santuario se despliega la grandilocuente Iglesia de la Asunción. Llama la atención su azul y gigantesco domo, y mientras la mirada se acostumbra a tanta inmensidad, se agradece que del centro cuelgue un candil de esferas plateadas como si de minúsculos planetas se tratara.
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Existen en el jardín central un par de quioscos donde es posible conseguir los productos que en la región se producen: blusas bordadas, juguetes de madera de Tlacomulco, dulces y mermeladas, también la siempre buscada nuez de macadamia y el chiltepín. Además está la tienda de artesanías El Sabor de la Sierra (Plaza Maratea, Juárez 5), y en la calle Guillermo Ledesma y Manjarrez hay otro espacio más dedicado al mundo de los objetos artesanales.
Entre presas
Nacido cuando apenas comenzaba el siglo xx y Porfirio Díaz continuaba inaugurando los grandes proyectos que después habíamos de agradecerle, el Sistema Hidroeléctrico Necaxa fue el primero en dotar de energía eléctrica a la meseta central del país. Para ello fueron construidas cinco presas (una de ellas, El Tejocotal, pertenece al estado de Hidalgo; las otras cuatro forman parte del territorio de Huauchinango y otros municipios). Fortuna la nuestra que las presas no solo tengan un fin utilitario y que podamos vivirlas también como paisajes de agua en los que pasear la mirada.
A 10 kilómetros al noroeste de Huauchinango se encuentra la Presa Necaxa (compartida con el municipio de Juan Galindo). Es la más grande de todas y está conectada a las demás por medio de un complejo sistema de túneles. Cuentan que dos veces vino aquí Venustiano Carranza, ahora es el visitante el que llega para llenarse de asombro mientras árboles y nubes se arremolinan en torno a la quieta superficie de agua.
Unos cuantos kilómetros después se llega a la Presa Tenango, el sitio que en los años cincuenta sirvió de escenario a María Félix y Pedro Infante para brillar, como solo ellos sabían hacerlo en pantalla grande, mientras filmaban Tizoc. Aún queda frente a la presa la diminuta casa de piedra que los vio enamorarse aunque fuera en ficción. Aquí se ofrecen paseos en lancha y a caballo, y hay una tirolesa. Un restaurante de mariscos a la orilla sacia cualquier antojo, lo mismo que los tlacoyos que vienen en las canastas de las mujeres que pasan por ahí. Y si es Navidad el ambiente se llena con el olor de los pinos y la calidez de las nochebuenas que a unos pasos se venden.
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La otra que exige una visita es la Presa Nexapa, probablemente la más hipnotizante de todas (a 10 kilómetros de Tenango). Los viveros a un costado de la presa exigen que la gente transporte sus plantas en lancha para conducirlas hasta el mercado de Tenango, así que con un poco de suerte puede presenciarse esa lenta y hermosa ceremonia acuática. Enmarcado por la niebla y el verde a su alrededor, un solitario castillo es el responsable de otorgar al paisaje toda la fantasía que se necesita.
Los tamales de Cuacuila
A solo dos kilómetros de Huauchinango aparece en el mapa la comunidad de Cuacuila. Una tierra donde la gente solía hablar con el fuego cuando se trataba de pedir a alguien en matrimonio, y donde las copas de los árboles estaban habitadas por gusanos de seda que otorgaron al pueblo su nombre. Todavía se habla náhuatl y las mujeres no han perdido la costumbre de vestirse como lo hacían las que vivieron antes de ellas.
Reconocida es la forma en que bordan blusas, servilletas y manteles que deben buscarse entre los puestos de artesanías de Huauchinango. Pero son los tamales que aquí se preparan los que nadie ignora. El segundo domingo de junio se lleva a cabo la Feria del Tamal, cuando se regalan los famosos tamales de puñete rellenos de pollo o rajas o frijoles tiernos, y los tamales de papatla (pueden ser, por ejemplo, de salsa verde o mole rojo, y van envueltos en la hoja que se llama del mismo modo).
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