La ciudad de Durango. El antiguo valle de Guadiana
La actual ciudad de Durango se levanta en un amplio valle en el que se fundó una primitiva villa española llamada Nombre de Dios. ¡Descúbrela!
Las ciudades coloniales del norte de México surgieron sobre todo como explotaciones mineras, pero también como asentamientos de carácter estratégico-militar o, incluso, aunque con menor frecuencia, como centros comerciales y de producción agrícola. Durango –nombre de una población vasca de donde procedían sus primeros colonos– nació en la década de 1560 como resultado de la actividad minera, y es entonces cuando se trazan sus calles siguiendo el modelo obligado en terrenos llanos, es decir, una cuadrícula regular.
La actual ciudad de Durango se levanta en un amplio valle en el que se fundó una primitiva villa española llamada Nombre de Dios. Hacia el siglo XVI, los primeros conquistadores que cruzaron por su territorio fueron Cristóbal de Oñate, José Angulo y Ginés Vázquez del Mercado, éste último atraído por la quimera de la existencia de una gran montaña de plata, cuando en realidad lo que descubrió fue un extraordinario yacimiento de fierro, el cual hoy lleva su nombre. En 1562 don Francisco de Ibarra, hijo de uno de los célebres fundadores de Zacatecas, exploró la región y fundó la Villa de Guadiana, cercana al viejo asentamiento de Nombre de Dios que pronto se conocería como la Nueva Vizcaya en memoria de la provincia española de donde provenía su familia. Por lo agreste del territorio y para evitar que la población menguara en habitantes, Ibarra adquirió una mina que cedió a los indígenas y españoles que quisieran trabajarla, con la única condición de que se establecieran en la ciudad.
Pero los metales preciosos no eran tan abundantes en la región como el mineral de hierro del cercano Cerro del Mercado. El régimen colonial, sin embargo, no daba a este metal –importante para el desarrollo industrial del país– el mismo valor que a los metales como el oro y la plata, por lo que la ciudad, como otras que corrieron la misma suerte, estuvo a punto de ser abandonada, lo que se agravó por el asedio a que era sometida por parte de los nativos de la región a finales del siglo XVII. No obstante, su localización geográfica, estratégica desde el punto de vista militar, hizo que el gobierno del virreinato impidiese la desaparición de Durango, que durante un buen tiempo modificó su función minera por la defensiva.
En el siglo XVIII, sin embargo, volvió a cambiar la suerte de la región, que experimentó un gran auge por el descubrimiento de nuevas vetas de metales preciosos, retomando su primitiva razón de ser. De esa época datan dos grandes palacios que todavía siguen en pie y que son representativos de la opulencia (a veces efímera) de estas ciudades cuando es producto de la minería. Uno de esos palacios es el de José Carlos de Agüero, nombrado gobernador de Nueva Vizcaya en 1790, año a partir del cual comienza a edificar su residencia, conocida igualmente por el nombre de su siguiente propietario, José del Campo, conde del Valle de Súchil.
La portada de esta casa, que luce una delicada ornamentación, se ubica en una esquina ochavada, siguiendo el esquema del Palacio de la Inquisición de la ciudad de México, del que toma también un falso arco colgante, muy espectacular, localizado en el eje diagonal del zaguán. El gran patio principal tiene arquerías de piedra labrada del mayor refinamiento, incluyendo los marcos de las puertas y ventanas de los corredores, así como el vano que da paso a la escalera (igualmente con arcos colgantes) y el rodapié de la planta baja. Este palacio es una obra de gran importancia en el contexto no sólo de la arquitectura local del periodo novohispano, sino incluso de la arquitectura nacional de esa época.
El otro palacio importante de Durango fue la residencia de Juan José de Zambrano, y actual Palacio de Gobierno. Es notable asimismo el templo de la Compañía de Jesús, con una fachada ornamentada escultóricamente. La catedral de Durango fue reconstruida en varios momentos durante los siglos XVIII y XIX y ostenta también una rica decoración.
El porfiriato aportó al estado edificios públicos como el Palacio Municipal y el Palacio Judicial, y algunas residencias privadas de gran calidad. El centro de la ciudad fue declarado Zona de Monumentos Históricos en 1982.
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