La colección de plumaria del Museo Nacional de Antropología
La mayoría de las colecciones de los museos europeos tuvieron su origen en la idea de recolectar piezas maravillosas de culturas llamadas “exóticas”, lejanas y desconocidas para mostrarlas a propios y extraños.
En algunos casos, su inicio fue, quizá, un objeto donado por un coleccionistas o una adquisición pensada, perseguida y finalmente lograda por un curador tenaz. Las colecciones etnográficas del Museo Nacional de Antropología de México, se iniciaron hace 175 años. La motivación de los primeros «conservadores » fue la de reunir piezas provenientes de los grupos étnicos y en referencia a un pasado indígena que en esos años empezaba a revalorarse. Mucho han cambiado las cosas en estos últimos. años, ahora se adquieren los objetos con finalidades específicas y con objetivos muy claros. Las colecciones se han incrementado, conservado y estudiado por innumerables investigadores.
En ellas se reúnen ejemplares únicos recolectados por estudiosos tan destacados como Miguel Otón de Mendizábal y Andrés Molina Enríquez, en los lejanos tiempos del porfiriato por Francisco del Paso y Troncoso o Nicolás León y, en muchos casos, por antropólogos anónimos que dejaron parte de su vida recorriendo los caminos de México en el rescate de cerámica, textiles, cestos, juguetes, instrumentos de trabajo y mil objetos más elaborados por los indígenas y que se conservan en las bodegas del Museo Nacional de Antropología y representan, en la actualidad, la muestra más completa de la etnografía mexicana.
La plumaria
Las plumas, dice Teresa de María y Campos (1993:27), fueron en la época prehispánica símbolos de riqueza, fertilidad, poder y belleza, se les llamaba «sombra de los dioses» y quienes las usaban se asociaban a la divinidad. En la mitología nahua, las deidades más importantes se identificaban con las aves más hermosas: Quetzalcóatl era una serpiente recubierta de plumas de quetzal, Huitizilopochtli se relacionaba directamente con huitzili-huitl, el colibrí. Coatlicue. Después de haber sido fecundada mediante un sortilegio por «una pelotilla de pluma como ovillo de hilado», dio a luz a un poderoso dios (María y Campos 1993:27).
Las plumas se obtenían de los guajolotes, de: los patos y las garzas que habitaban en los lagos que rodeaban el Valle de México o provenían de lejanas regiones como la zona maya de cuyas selvas y bosques llegaban las apreciadas plumas de los quetzales. Muchas de ellas se adquirían en los mercados, dice López de Gómara (1979) que «la cosa más digna de ver es la volatería que viene al mercado, pues, además de que de estas aves comen la carne, visten la pluma y cazan a otras con ellas, son tantas que no tienen número, y de tantas raleas y colores, que no lo sé decir». Las plumas también fueron objetos de tributo, tanto de la materia prima como de productos elaborados. Debido a su enorme valor, estas servían de moneda y de ofrenda para los dioses. Los artesanos de la pluma, llamados amantecas, se tenían en alta estima y ellos las transformaban en prendas de vestir para dignatarios y guerreros.
No es difícil imaginar el asombro de los conquistadores al encontrarse tal riqueza en la indumentaria: mantas decoradas, huipiles bordados, ceñidores, atavíos de los dioses, capas, divisas, rodelas, abanicos y tocados, doncellas decoradas con plumas en la fiesta de Toxcatl y, destacando entre todos estos, los caballeros-águila, vestidos totalmente de pájaros. Con la Conquista los objetos ceremoniales fueron desapareciendo paulatinamente y el arte plumario se adaptó a nuevas formas, una de las innovaciones fue la aparición de mosaicos con temas religiosos, cubrecalices y ornamentos como mitras y casullas que alcanzaron gran fama en toda América. Las principales zonas productoras fueron el Valle de Toluca, la región de Puebla- Tlaxcala y la zona purépecha. Todavía muy avanzado el siglo XVI, las plumas eran objeto de comercio con Europa y Oriente a donde se enviaban para adornar los sombreros, vestidos y cascos militares.
En el siglo XVII aparece la Virgen de Guadalupe como una constante en los cuadros de plumaria. Hacia el siglo XVIII la iconografía del arte plumario se concentró en las imágenes de los fundadores de las órdenes religiosas y santos patronos. En los últimos años del virreinato se acostumbraba pintar al óleo las caras y las manos de las imágenes y se introdujeron otros elementos como las telas y el delineado de las figuras con óleo o con papel, casi siempre en dorado.
Las nuevas formas de la indumentaria femenina, como los rebozos, empezaron a adornarse con plumas y persistió su uso en algunas de las prendas tradicionales. Al consumarse la Independencia, los temas cambian, los ímpetus nacionalistas se muestran en cuadros en los que los nuevos símbolos son los protagonistas, el mejor ejemplo es el cuadro de los Símbolos Nacionales, elaborado en 1829, posiblemente en el área de Pátzcuaro por José Rodríguez y que se conserva en el Museo Nacional de Antropología.
En el siglo XIX se hicieron unos delicados cuadros usando litografías recubiertas con plumas montadas sobre lámina, estos representan tipos populares, tres buenos ejemplos de ellas se conservan en una colección particular. En nuestros días, solamente persiste el uso de las plumas en la indumentaria femenina en los huipiles de boda de las mujeres de Zinacantán, Chiapas. Se usan también como decoración en los tocados de los danzantes de Oaxaca donde se baila la Danza de la Pluma, o los espectaculares de los «charros» de Tlaxcala, aunque el uso de las plumas en estos adornos tiene un sentido completamente diferente al original. Se preservan pocos ejemplos coloniales de textiles adornados con plumaria, algunos de los más notables son los mantos de San Miguel Zinacantepec, provenientes del Valle de Toluca y que se conservan en el Museo Nacional del Virreinato, uno, y en el Museo de Bellas Artes de Toluca, el otro. Ambos son excelentes ejemplos de un arte que supo adaptarse a los nuevos tiempos. En el Museo Etnográfico y Prehistórico de Roma se encuentra otro manto, el Tlamachayatl, cuyo origen, según dice Irmgard Johnson, es claramente mexicano.
La única prenda completa que se conserva, hasta donde sabemos, es el llamado Huipil de la Malinche, cuya procedencia probablemente sea poblana y fechado hacia los primeros años de la época colonial. Este bien conservado huipil se encuentra en la bodega de Colecciones Etnográficas del Museo Nacional de Antropología. Ostenta una decoración de algodón sobre fondo de plumón. Está formado por tres lienzos tejidos en telar de cintura utilizando franjas alternadas de algodón blanco y coyuchi. Entre los materiales usados están el algodón, la lana y la seda, sus teñidos son en colores azul, rojo, morado, amarillo, verde y café. El plumón fino que se entretejió tiene tonalidades semejantes. Parece ser, según dice Irmgard Jonson (1993:89), que una gran parte de la ornamentación estaba cubierta con plumón policromado. En fechas recientes se encontró un fragmento textil en la ciudad de Puebla, su parecido con el Huipil de la Malinche es notable, este se manifiesta tanto en el uso de las mismas materias primas, en el teñido y en la distribución de los motivos orna- mentales. Por la enorme similitud encontrada entre ambas piezas, podemos suponer que provienen de un mismo lugar y que posiblemente datan de la misma época (Johnson 1993:89).
La Colección del Museo Nacional de Antropología.
El Museo Nacional de Antropología conserva una importante colección de Arte Plumaria, no sabemos a ciencia cierta cómo se inició, ni cuándo. Los primeros registros acerca de la existencia de piezas de este tipo en los acervos se encuentran en un libro de inventario fechado en 1906 y que hace referencia a «Un cuadro con vidriera cubriendo un mosaico de plumas representando al Salvador del Mundo, siglo XVI. Un cuadro con dos mosaicos de pluma, siglo XVII Un cuadro con un mosaico de plumas del siglo XIX y otro cuadro igual al anterior». El cuadro del Salvador del Mundo es, quizá, el que actualmente está en el Museo Nacional del Virreinato, aunque se desconocen la fecha y los motivos por los que éste fue trasladado al otro museo.
Posiblemente uno de estos cuadros es el de la Virgen de la Inmaculada Concepción, mide 19 cm. de largo por 12 de ancho y en él, la Virgen asciende a un plano Superior, con la luna y el mundo a sus pies. La cubre una túnica de plumas blancas, cuyas sombras y movimientos se dan con plumas grises, el contorno del cuello y los puños se delinea con plumaje rojo y el manto que la arropa está hecho de plumas de colibrí. El fondo del cuadro está recubierto con plumas blancas y grises representando nubes y en el segundo plano aparece el paraíso representado por verdes pastos y flores.
Otro cuadro es el Santa Rita de Casia, probablemente procede de la región purépecha y aunque en el registro se le fecha en el siglo XVI, tanto por la técnica de manufactura como por los elementos decorativos debe haber sido realizado en el siglo XVII, está montado sobre lámina de cobre. Presenta a la santa de pié, el hábito se forma con plumas de color oscuro y los pliegues se marcan con papel dorado. Está enmarcado con un diseño floral y cubre el fondo un paisaje. La antigüedad del cuadro de Santa Catalina de Siena no se ha determinado, procede también de la zona purépecha. Es una composición realizada en plumas de diferentes colores entre los que predominan el naranja, café, el amarillo, el verde, el rojo, el rosa y el azul pálido. La figura está delineada con papel dorado y representa a una mujer que lleva en la mano izquierda un libro y en la derecha una espada.
En 1911, en otro de los libros de inventario, se hace mención de la inclusión de dos objetos de la colección, un “Mosaico de plumas de manufactura indígena del siglo XVI, huipil indígena del siglo XVI, procedencia desconocida, elaborado en algodón, bordado en plumas e hilo», que seguramente es el de la Malinche y, finalmente, en un libro sin fecha, aparece la referencia al cuadro más famoso de la colección: «Un cuadro con el escudo de las Armas nacionales, manufactura de pluma de ave», este es el llamado de los «Símbolos Nacionales», acerca de él ya hemos hecho referencia con anterioridad. Aunque no estrictamente con la técnica tradicional de la plumaria, se conservan en el Museo Nacional de Antropología otras piezas como el tapete de pelícano procedente de Desemboque, Sonora y elaborado por los seris. Se usaba para recubrir las camas de los niños y como lienzo para dormir.
En otras épocas, los personajes principales del grupo llegaron a usar vestidos hechos con la piel de estas aves. El tapete o lienzo que se custodia en el Museo está formado por seis pieles de pelícano curtidas conservando todas sus plumas. También hay buenos ejemplos de este arte elaborados en la actualidad por don Gabriel Olay, quien con paciencia y dedicación ha preservado la técnica de la plumaria en todo su esplendor.
Fuente: México en el Tiempo No. 15 octubre-noviembre 1996
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