Parque ecológico Chipinque: una alternativa en Nuevo León
Se manejan dos teorías sobre el origen del nombre: que Chipinque era el nombre de un cacique indio que asolaba una región cercana a Monterrey a finales del siglo XVII; y que es el plural del vocablo de origen náhuatl "chichipinqui" que se puede traducir como "lloviznado".
Aunque desde muchos años atrás era muy popular y se conocían su importancia y belleza, fue con el decreto de Chipinque como Parque Ecológico cuando se oficializó su vocación para la recreación y la conservación. El decreto se realizó en 1992, cuando se formalizó un patronato integrado por el gobierno del Estado de Nuevo León y la iniciativa privada, representada por siete de las más importantes corporaciones del país. Chipinque era, además, destino obligado para los estudiantes de biología y ecología de las diferentes universidades de la ciudad, debido a su típico hábitat de montaña norestense, rico en biodiversidad. Aunque el área total es de 1 625 ha, sólo 300 se encuentran abiertas al público en general; aproximadamente 700 están destinadas para uso medio, y las restantes a la protección y conservación. La misión del Parque es proteger flora y fauna silvestres, y garantizar la conservación de los recursos naturales por medio de procesos adecuados que promuevan una cultura de respeto y aprecio por los aspectos físicos y naturales.
Al mismo tiempo se provee seguridad física a sus visitantes y se asegura, para las futuras generaciones, este invaluable patrimonio. Desde la entrada hasta la meseta, hay siete kilómetros de camino sinuoso pavimentado. A lo largo de este trayecto, atractivos letreros y tableros de madera transmiten mensajes ecológicos y proporcionan información. A la orilla del camino se encuentran bancas y miradores para las personas que deseen detenerse a descansar o ver el paisaje. Las brechas tienen diferentes longitudes y grados de dificultad, y están perfectamente señalizadas. Además el Parque cuenta con 22 guardaparques, capacitados por especialistas nacionales y extranjeros que se turnan para dar atención las 24 horas del día.
La diversidad biológica en esta zona de la Sierra Madre es muy rica, en parte por la gran variación altitudinal del área, que va desde los 800 a los 2 200 msnm. Se han reportado, a lo largo del año, hasta cien especies de aves, entre residentes y migratorias, tales como el trogón elegante, varias especies de charas, carpinteros, halcones, tecolotes, colibríes, jilgueros, etcétera. Entre los mamíferos podemos encontrar alrededor de treinta especies como coatí, cacomixtle, zorra gris, coyote, ardilla, zorrillo, varias especies de murciélagos, y hasta ocasionalmente oso negro y jaguar. Varias especies de anfibios y reptiles habitan el área, entre los que podemos citar sapos ladradores, lagartijas espinosas, falsos escorpiones, esquincos, coralillo y falsa coralillo, víbora de cascabel de las rocas, ratoneras, etcétera. El Parque brinda un estupendo espectáculo multicolor en otoño, y en particular en octubre, cuando miles de hermosas mariposas monarcas pasan por ahí durante su migración anual hacia el sur. La riqueza florística de la zona es también muy importante. Existen, principalmente bosques templados subhúmedos y matorral submontano. Los tipos de vegetación más importantes en la parte alta son el bosque de pino y el de encino, con altura variable de 10 a 20 m representados principalmente por el pino colorado y el blanco, y los encinos asta, roble, memelito, molino duraznilo y blanco, en asociación con atractivas especies como el duraznillo, el aguacatillo, el madroño, el cerezo negro, y el nogal encarcelado.
En las partes más bajas, la vegetación dominante es el matorral submontano que varía mucho de acuerdo a las condiciones del suelo, representado por especies consideradas como fuente importante de recursos naturales en el árido norte. Las más comunes son: la barreta, planta forrajera; la anacahuita, con su blanca flor representativa del Estado; la tenaza, forrajera y productora de madera; el chaparro prieto, forrajera y productora de madera; el huizache, de valor ornamental e industrial; y el mezquite, forrajera y maderable. Las flores silvestres son uno de los mayores atractivos. Con la excepción de los meses de invierno, la diversidad de flores es fabulosa en color y forma. Cada temporada tiene algunas especies características. En la primavera, la floración del duraznillo es la que más llama la atención, por ser arbustos enteros de color rosa mexicano.
INVESTIGACIÓN Y DIVULGACIÓN
En el Parque se llevan a cabo actividades como la reforestación de zonas consumidas por incendios, y la recuperación de senderos. Dentro de los trabajos de investigación podemos citar el estudio sobre la factibilidad de reintroducción de especies nativas como el venado cola blanca y el guajolote silvestre. Se publicó un Estudio de sensibilidad ecológica, unaGuía de aves, y unaGuía de flora de Chipinque; se encuentran en preparación las guías de hongos y mamíferos, y se edita una revista trimestral de circulación gratuita. Entre las actividades de educación y divulgación ambiental se tienen visitas guiadas. A la fecha se han llevado a cabo más de diez diferentes rutas como el «Sendero Interpretativo», «Las maravillas de Chipinque» y «La montaña viviente»; y se tiene planeada una ruta sobre la historia geológica y paleontológica del Parque. Chipinque contará próximamente con un Centro de Atención al Visitante, con todos los adelantos en la materia.
Uno de los mayores atractivos del Parque Ecológico Chipinque, es que permite alejarnos de la ciudad prácticamente sin salir de ella. Por lo tanto podemos llevar a cabo un «viaje» a la montaña con duración de dos o tres horas cualquier tarde. Para disfrutar del lugar de manera adecuada hay que cumplir con ciertas reglas de urbanidad elementales: esta prohibida la extracción de flora, fauna o material pétreo, así como la pinta y pega de propagandas. No se permiten juegos de pelota que puedan alterar el entorno, ni mascotas fuera del camino pavimentado y sin correa. Se prohibe la ingestión de bebidas alcohólicas en el camino, brechas y veredas. Al llegar a la caseta del Parque, lo primero que llama la atención son los materiales utilizados para la construcción de instalaciones y tableros. Todo está elaborado con madera. Hay información sobre la época del año, actividades que se realizan en el Parque, un mapa de las rutas a seguir y mensajes ecológicos. Inmediatamente después hay un estacionamiento sombreado por grandes encinos, para aquellas personas que deseen realizar el ascenso a pie, y el área donde se encuentra el Centro de Atención al Visitante. La construcción a base de troncos, está planeada de manera que no «estorba» la visibilidad.
Empezamos el ascenso y encontramos salidas a las veredas, para la subida de peatones, que en total suman 15 km. En algunas pendientes pronunciadasse han construido escalones de piedra y se han colocado barandales de tronco para garantizar la seguridad del visitante. Más adelante se encuentran salidas a las diferentes brechas, de diferentes longitudes y grados de dificultad. Todo el trayecto ofrece atractivas vistas de la ciudad, del majestuoso Cerro de la Silla, del Cerro del Mirador, el de las Mitras, y de los otros puntos de referencia interesantes. Varios puntos del camino cuentan con depósitos de asura y bebederos alimentados con agua pura de un manantial que se encuentra dentro del predio. Casi al finalizar el camino pavimentado llegamos a la explanada, que cuenta con una área de servicios. Un poco más adelante, en la meseta, hay un área de juegos infantiles, de enfermería, sanitarios y un anfiteatro. A partir de ahí, y siguiendo la brecha de «La manzanita», perfectamente señalizada, se encuentra el ascenso a la «M», para excursionistas más experimentados, ya que tiene mayor grado de dificultad y requiere de mayor esfuerzo físico. Aun cuando nuestra visita es vespertina, a lo largo de la subida tenemos la oportunidad de ver algo de la fauna representativa del Parque.
Delante de nosotros, volando bajo, cruza el camino un grupo, seguramente familiar, de carpinteros arlequines, uno de los cuales se introduce en el hueco de un tronco seco, desde donde continúa comunicándose con el resto. Los demás se encuentran acarreando bellotas de encino que introducen en grietas de diferentes troncos. Más adelante nos llama la atención una algarabía sobre las copas de los árboles: dos ardillas grises se corretean. Estos animalitos, generalmente solitarios, defienden su territorio tratando de expulsar a los demás de ahí. Por las veredas, en claros donde el sol llega hasta el suelo y prosperan las plantas florales, mariposas multicolores, diferentes abejorros y uno que otro colibrí zumbador revolotean de flor en flor en busca de dulce néctar. Interminables hileras de ocupadas hormigas, siempre presentes sobre el suelo del bosque, transportan a sus refugios materia vegetal para producir su alimento.
Al hacer silencio, escuchamos a lo lejos «coa, coa», el inconfundible llamado de un trogón elegante, pariente cercano del hermoso quetzal del sureste mexicano. Aquí y allá nos topamos con una tangara encinera, algunos inquietos chipes, chivirines y carboneros. Desde un gran pino colorado, decenas de zopilotes vigilan el paisaje. Por la tarde se escucha el lastimero llamado de las palomas huilotas que se reúnen en algún árbol para pernoctar; y en el ocaso observamos a los murciélagos insectívoros que, a manera de golondrinas nocturnas, capturan sus presas al vuelo. Iniciamos el regreso a la ciudad, con el cuerpo y el espíritu revitalizados por el aire puro y la belleza de la montaña y sus habitantes, y con la certeza de que podremos seguir disfrutando de este bello paraje por muchos años.
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