¡Viva Chiapa de Corzo, muchachos!: relato de la Fiesta Grande
En la Fiesta Grande de Chiapa de Corzo, se escuchan las voces diciendo: ¡Viva Chiapa de Corzo, muchachos! Conoce más sobre este gran evento en Chiapas con esta historia de Armando Vega-Gil (qepd), escritor, bajista y fundador del grupo Botellita de Jerez.
La máscara sirve para transformarse, para volverse un «otro» del mundo externo, en un alguien distinto a nosotros, ¡zas!, de golpe; pero también nos permite que un otro alterno que habita (¿dormita?) en nuestras profundidades salga al mundo.
Esto pasa en medio de un carnaval formidable en Chiapa de Corzo: La Fiesta Grande. En el centro superior de un complejo traje compuesto por chaparreras bordadas con motivos religiosos y chiapanecos, floridos y satinado, rudas botas de tacón para llevar el ritmo de la comparsa con zapateos vigorosos, capas y capas de ropa que culminan con densos zarapes de Saltillo, paliacates, mantos que cubren las cabezas y un casco hecho de ixtle que asemeja una cabellera rubia, los hombres (y muchas, muchas mujeres) se colocan tras una máscara de madera que representa el rosto blanco de un español de ojos azules.
Esto lo hacen en honor de un chico, cuya madre, doña María de Angulo, una ibérica aposentada en Guatemala, llegara a estas tierra de Chiapas con la esperanza de curar a su hijo, allá, en un borde del Grijalva: la puerta de entrada al Cañón del Sumidero. El chico se curó. La Fiesta Grande es para él: para el chico. Para chico. Los danzantes del carnaval, por ello, se llaman así: Parachicos.
Ponerte este atuendo te transforma en ese muchacho
Los parachicos se transforman en él y, en su peregrinación multitudinaria por las calles, lanzan pregones enardecidos y orgullosos: «¡Viva Chapa de Corzo, muchachos!», y todos responden a coro: «¡Viva!». Ese orgullo habla del amor que le tienen a su tierra, a una tradición que difícilmente se perderá, pues desde pequeños, los chapacorceños marchan cada inicio de año desde que son bebés.
El placer individual y la identificación de lo colectivo aprieta un poderoso tejido social en el que las fronteras entre las clases sociales se disuelve. El parachico es uno y es todos. Es trance divino, diversión incontenible. Darle y darle hasta caer desfallecidos.
Y con ellos marchan las chiapanecas, mujeres también prendidas de orgullo, luciendo trajes que les lleva confeccionar hasta nueve meses. La Fiesta Grande comienza desde mucho antes de los bailes y las comparsas. De hecho, el año empieza al final del 23 de enero, luego de 15 días de fulgor: cierran las escuela, la mayoría de los negocios y los quehaceres mundanos. Las calles se pueblan de mesas y sillas para conversar, echar trago y chisme, las puertas de las casas se abren para que entres a saludar y compartir un taco.
Compartir como doña María de Angulo compartió su riqueza en agradecimiento y dando comida a los chiapacorceños, que cruzaban por la época del milagro de la cura del chico, una hambruna epidémica. Doña María usó un ejército de sirvientas-chuntás para repartir la comida. Así, la transformación también es de género y los hombre se vuelven mujeres dadoras de vida por un día: las chuntás.
Máscara y ropajes en Chiapa de Corzo para volverse otro y alumbrar al tú y al nosotros que nos habita.
—¡Viva Chapa de Corzo, muchachos!
—¡Viva!
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