Antón Lizardo: rincón del litoral veracruzano
Antón Lizardo es el lugar de descanso favorito de los habitantes de poblaciones cercanas que gustan de ir los fines de semana a disfrutar del sol, de la brisa marina y del agua, así como de los manjares y guisos típicos del lugar.
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Enclavado al final de la carretera que va del puerto de Veracruz a Córdoba y Orizaba, virando a la izquierda inmediatamente después de cruzar el puente de Boca del Río, se enfila hacia el bello y típico rincón jarocho de Antón Lizardo, teniendo la oportunidad de contemplar la belleza del paisaje al pasar por la isla del Amor, el Conchal, la laguna de Mandinga, la zona de médanos, el club de golf y, por fin, la Heroica Escuela Naval-Militar que, al parecer, no lleva ese nombre, y lo digo porque un conocido me platicó la historia del lugar, y contra lo que pudiera pensarse, Antón Lizardo no fue ningún brillante marinero, sino un ilustre desconocido que logró notoriedad al naufragar y encallar su buque frente a este hermoso paraje de la costa veracruzana, quedando así registrado en los anales de la navegación su popular y reconocido nombre, aunque también está la versión de que fue un pirata, pero sin que haya encontrado algún dato fidedigno en los anales de las fuentes consultadas.
Antón Lizardo es uno de los lugares favoritos de los integrantes del Club de Pesca Deportiva Caguama, ya que es un apacible y típico pueblo de pescadores de la inmensa y bella costa veracruzana. Ahí puedes encontrar cabrilla, villajaiba, chucumite, robalito, esmedregal, general, perra, lora, pluma, huachinanguito, negrilla, lenguado, y de vez en cuando, un pequeño peto, por mencionar sólo algunas de las especies que allí abundan y que en ocasiones llegan a rebosar nuestras hieleras, cuidando siempre de respetar el tamaño y las características de los peces que nos toque en suerte atrapar.
Es, además, el lugar de descanso favorito de los habitantes de las poblaciones cercanas que gustan de disfrutar del sol y del agua, así como de sus refrescantes bebidas preparadas como los “toritos” al cacahuate, guanábana o mamey, rematando con un delicioso helado de ron –especialidad del lugar–, y todo al compás de esa mágica y cadenciosa música regional de siempre, interpretada con maestría y “en vivo” por simpáticos e ingeniosos “musicopleros” que, como reza un conocido son: “…jarocho de corazón y también de nacimiento, el huapango retozón en mi corazón lo siento…”
No es difícil encontrarlos, aun en lugares solitarios, entre caminos sombreados y custodiados por frondosas y voluptuosas palmeras “borrachas de sol” a la orilla del mar, como en aquella ocasión en que al retirarnos observamos que un grupo de “jarochos” caminaba cargando sus instrumentos entre el camino y la playa sobre unas dunas de arena. Nos acercamos y los llamé para que nos interpretaran allí mismo una bella canción intitulada Tres veces heroica, misma que de inmediato interpretaron.
Desde la orilla del mar, sobre la playa y hacia el horizonte, se ven tres pequeñas islas ocurrentemente llamadas “la de enfrente”, “la de enmedio” y “la de al lado” o “la Medina”, a las que se accede en lancha durante el trayecto pesquero sin podernos sustraer a la tentación de un buen chapuzón y bucear, sintiendo en carne propia la suave y deliciosa caricia del mar que, como dijo algún poeta, es “… esa inmensa tumba en donde todo vive…” contemplando con gran asombro, con la curiosidad de un recién nacido, la infinita belleza del paisaje submarino, extremando por supuesto las precauciones para la práctica de estas actividades subacuáticas, porque también se dejan llegar por esos rumbos algunos de los más temibles depredadores marinos como tiburones y barracudas, sin que esto implique que se les acuse de algo, pues ellos están en su elemento natural y hay que respetarlos para coadyuvar a su preservación y a la conservación de nuestras extremidades…
Es posible visitar las instalaciones de la Heroica Escuela Naval Militar, así como las islas mencionadas si se tramita el permiso necesario ante las autoridades competentes. Como dato curioso diré que no se puede entrar en traje de baño o short, ni con chanclas o algún otro atuendo informal, es decir, se debe ir propiamente vestido con zapatos, calcetines, pantalón largo y camisa. Sobra decir que la atención es de primera a cargo de oficiales debidamente capacitados para brindar la mejor y más amable atención en sus espaciosas instalaciones.
Los fines de semana, cuando quedan “francos”, es común ver salir a los marineros gallardamente ataviados con sus típicos uniformes paseándose por las calles y plazuelas con rumbo al puerto o a algún otro sitio para disfrutar de un justo y merecido descanso, o tal vez a refrendar su fama de galanes y conquistadores, por aquello de que tienen “… en cada puerto un amor…”
Por lo demás, podemos decir en términos generales que Punta Antón Lizardo es un lugar tranquilo y apacible, sencillo y humilde pero alegre y muy amable con sus visitantes, en donde sin hacer alarde de lujos u ostentaciones pasará hermosos y placenteros días en compañía de sus seres queridos bajo el hermoso azul del cielo, el níveo blanco de sus nubes, con la tibia arena acariciando sus pies y al suave ritmo de las olas del mar.
¡Misterio resuelto!
Antón Lizardo fue habilitado como puerto en 1881, sin que su tráfico llegara a ser importante, debido a los arrecifes que lo protegen y dificultan la navegación (islas: Salmedina, Enmedio, Blanquilla, Chopas, Rizo, Cabeza, Anegada, Topatilla, Peyote, De al lado, De enfrente, Anegadilla y Guilla). Es, como ya se dijo, sede de la Academia Naval.
Su nombre se debe a una nao, propiedad de Antón Nicardo, natural de Niza, Italia, que encalló allí en la cuarta década del siglo XVI.”
Como se puede ver, se confirman casi todos los datos mencionados antes, y al final… ¡resultó italiano!
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