Aventuras de Progreso a Sisal, Yucatán - México Desconocido
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Ecoturismo y aventura

Aventuras de Progreso a Sisal, Yucatán

Yucatán
Sisal11

Revive nuestro emocionante recorrido por esta parte de la costa de Yucatán, a bordo de cuatrimotos que nos permitieron disfrutar de rincones llenos de belleza, historia y tradición.

Esta parte de la costa del estado no es tan conocida y decidimos ver qué encontrábamos en el camino a bordo de unas cuatrimotos. Hallamos a nuestro paso historia, hermosas vistas, acción y gente buena que nos ayudó a conocer mejor la bella costa de Yucatán.

Los puertos de Progreso y Sisal tienen una relación histórica. El primero fue el heredero comercial del puerto de Sisal, desde donde se exportaban los productos de la agroindustria henequenera yucateca. De igual manera, su fundación surgió por la necesidad del traslado de la aduana comercial de Sisal a un sitio más cercano a la capital del estado.

La forma en que mi viaje se relaciona con estas dos ciudades, es algo único y un poco más actual. A bordo de una cuatrimoto no sólo conocí sus playas, sino también lagunas con flamencos y otras aves, manglares y cenotes que eran totalmente desconocidos para mí.

Cielos despejados
Llegué a Progreso con un norte que amenazaba con frustrar mi plan, sin embargo, el cielo me alentó a seguir adelante con la idea original de salir de Progreso para visitar Sisal y regresar ese mismo día al punto de partida.

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Mi primer contacto fue su famoso malecón, un andador de aproximadamente un kilómetro de longitud, donde algunos pescadores locales conversaban amenamente.

Su playa es muy concurrida durante el verano, no sólo por el hecho de ser la más cercana a la ciudad de Mérida, sino también por sus aguas someras y su arena blanca y fina. Además, cuando el viento sopla fuerte y constante, se convierte en uno de los mejores lugares para la práctica de kitesurf.

Al recorrer este andador, pensé en cómo había resurgido este lugar, azotado duramente por los huracanes Isidoro y Gilberto, dejando grandes pérdidas. Actualmente el malecón resplandece entre restaurantes, bares y uno que otro antro y se observa el impresionante muelle que se conecta con el puerto de altura, un viaducto que se adentra en el mar por 6 kilómetros y medio ganando profundidad, lo que permite que atraquen embarcaciones de gran calado.

¡Arrancamos!

La mañana siguiente ya todo estaba listo para la primera aventura. Recorreríamos alrededor de 60 kilómetros a campo traviesa (off road) hasta el puerto de Sisal. Cuando el sol apenas despuntaba el horizonte, junto a la pista de canotaje, esperaban una veintena de motos. Una breve reunión de pilotos y un café fue el preludio al rugido de los motores, pues era necesario ajustar detalles de logística y seguridad, cargar combustible, agua y víveres. El gran desafío implicaba cruzar algunas barras de arena lo más temprano posible, ya que si subía la marea, podría resultar desastroso para las motos.

Atravesamos el centro y las calles de Progreso y dejamos atrás la ciudad cruzando el puente Progreso-Yucalpetén, una flamante obra arquitectónica desde donde se tiene una hermosa panorámica, en la que predominan los tonos verdes y turquesas del agua.

Pasamos por una calle donde elegantes casas, a pocos metros del mar, llamaron mi atención y me sorprendió saber que muchas pertenecen a extranjeros, en su mayoría canadienses, que las usan como casas de veraneo.

En un abrir y cerrar de ojos estábamos con las ruedas en la arena, sintiendo la brisa salada del mar penetrar por el espacio entre el casco y los gogles.

Atravesando el río… ¿en cuatro llantas?

Después de unos 10 kilómetros, hicimos uno de los altos obligatorios. Desde la orilla más lejana de una barra de unos 100 metros de ancho, una panga capitaneada por un hombre corpulento y un marinero más compacto se acercaron a ocuparse de la recepción. Ellos serían los encargados de cruzarnos, de dos en dos, con todo y motos, hasta el otro lado. La maniobra no fue sencilla, con un par de tablas que servían de rampa subí la moto a la lancha que oscilaba como un péndulo sobre el agua. La cruzada no fue larga, pero se me hizo eterna mientras viajaba hincado apretando el freno de mi compañera. Durante la hazaña, platiqué con Genaro Cob, el lanchero-capitán quien, además de navegar la panga, es custodio de la Reserva Estatal del Palmar y trabaja en la protección de la tortuga carey. Y como mi interés por ahondar en el tema requería de más tiempo, me invitó más tarde a comer a su casa en Sisal para seguir la charla.

Atrancando en Sisal

Motivado aún más con la prometida comida en casa de Genaro, arranqué mi moto para seguir la aventura. La operación de las barras se repitió un par de veces más hasta tomar una terracería franca rumbo al suroeste, desde la cual, aún veía el mar a mi derecha, mientras a la izquierda aparecía una laguna donde resaltaba el rosa de los flamencos.

Esto no es extraño, puesto que Sisal es la puerta de entrada a la Reserva Estatal del Palmar, la cual colinda con Celestún, famoso por la gran cantidad de flamencos que también allí habitan. Por su parte, en Sisal hay al menos cuatro miradores ubicados estratégicamente desde los cuales se puede observar la gran cantidad de aves migratorias que cada año arriban, entre las que también destaca el pato canadiense.

Uno puede sentarse en el muelle a observar el mar y platicar con los pescadores, que en la tarde tejen las redes de pescar en las puertas de sus casas. Incontables letreros anuncian pescado frito, camarones y hasta langosta, pero yo ya me había comprometido con mi capitán, que me esperaba con una olla llena de ceviche.

La Ría, entre mangles te veas

Conocer Sisal ya valía el viaje hasta Yucatán, pero aún quedaba más. Regresamos a Progreso y después de desayunar tacos de cochinita junto al mercado, salí para tomar la carretera a Mérida en busca de La Ría, a escasos cinco minutos.

Se trata de un complejo ecoturístico manejado por una cooperativa que ofrece recorridos en un ecosistema de manglares que albergan una gran cantidad de flora y fauna acuática. Decidí dejar la cuatrimoto para tomar un kayac y recorrer los túneles de mangle; en cuestión de minutos estaba en un entorno totalmente agreste. Por momentos hasta la luz del sol desaparecía bajo el resguardo de estas plantas y, sin embargo, podía escuchar el ruido de los carros que pasaban por la carretera a pocos metros de allí.

La Ría también tiene un restaurante bar, así que cuando regresé del agua, me senté a disfrutar de la vista y saborear un fresco pargo al mojo de ajo.

La tarde se acercaba y me hubiera quedado allí todo el día porque es un lugar de esos donde el tiempo pasa lentamente e invita a bajar el ritmo y a relajarse. Sin embargo, me habían comentado de una reserva ecológica donde hay algunos ojos de agua y no podía dejarlo pasar.

Chicxulub, otro puerto con algunas sorpresas

Partí en dirección a este lugar, paralelamente a la pista de canotaje, a 1 o 2 kilómetros hasta un atracadero. Allí hay lanchas que constantemente están llevando y trayendo gente a la zona de los cenotes. En la otra orilla, la lancha se coló por un angosto canal, unos 100 metros, hasta detenerse en un rústico muelle. En ambos lados hay pequeñas albercas naturales y algunas palapas donde los visitantes descansan mientras otros chapotean.

Ésta es una zona de manantiales de agua dulce, rodeada de vegetación variada que sirve de refugio y fuente de alimento a diversas especies como aves, crustáceos, moluscos y reptiles, entre otros. Después de refrescarme en “el jacuzzi”, como le llaman a una de estas albercas naturales donde el agua es casi cristalina, preferí alejarme un poco para caminar hacia otro cenote, un poco más lejano, donde cuentan vive un lagarto. La morada del reptil estaba vacía, pero por las dudas no me metí al agua.

El periplo valió la pena, pues este tipo de lugares, donde la diversidad biológica es desbordante, siempre son un deleite para todos los sentidos. Existe cierta contradicción acerca de la clasificación de estos cuerpos de agua, pues mientras las entidades ecológicas los clasifican como cenotes, la gente local hace hincapié en que se trata más bien de un manantial debido a sus características.

Me fui de Progreso con un buen sabor de boca, al darme cuenta que es mucho más que “el puerto de Yucatán”. Bañarse en un cenote, viajar en cuatrimoto y hasta disfrutar de una suculenta cena en el malecón son cosas que no había imaginado de este lugar. Sin duda, en mi próxima visita a Yucatán, además de comprar una guayabera en Mérida, me daré otra escapada a Progreso.

Sisal en la historia

Toma su nombre de una variedad particular de henequén, el Agave sisalana, pues desde el siglo XVI hasta principios del siglo XX fue el principal puerto de Yucatán, donde reinaba la industria del henequén. Para sentir Sisal basta con dar una vuelta por el pueblo de casas coloridas con vestigios arquitectónicos del siglo XVII y XVIII, y visitar su fuerte y el faro, construidos durante el periodo colonial para la defensa del puerto.

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