Callejoneada con José Alfredo Jiménez en Guanajuato

Escoltada por un grupo de personajes de otros tiempos, partí desde el Teatro Juárez hacia el primer callejón. Perseguida por la tormenta, me refugié en un túnel donde, de pronto, me descubrí cantando letras de José Alfredo entre desconocidos. Tras dos semanas de encontrarme con imponentes fortalezas, de conocer el misticismo de un antiguo pueblo desierto y de aprender el oficio de la alfarería de la mano de quienes han trabajado por años el barro, volví al punto donde mi aventura por Guanajuato comenzó: la capital.

Esa noche, no encontré mejor forma de despedirme del Bajío que con una callejoneada. Caminé hasta el pie de las escaleras del Teatro Juárez para unirme a una estudiantina. Junto a “El Gordo”, cabeza de la tuna, comenzamos el recorrido por el Callejón de Constancia. El paso era veloz, pues la lluvia amenazaba con alcanzarnos. Con porrón en mano, serpenteamos de arriba a abajo los callejones de Salto del Mono y el de la Luz, escuchando atentos las historias que dieron vida a esta ciudad colonial. Cuando la tromba por fin nos atrapó, nos refugiamos en uno de los túneles principales. Debajo de aquellas  construcciones subterráneas, reflejo de la actividad minera de la región, guitarras, acordeones y panderos retumbaron alegres. El sonido se multiplicó. Fue ahí cuando me descubrí junto a un montón de desconocidos entonando Caminos de Guanajuato, una canción que durante años había cantado, pero cuyo sentido se materializó hasta ese momento.

El agua por fin dio tregua. Seguimos nuestro camino hasta llegar al Callejón del Beso, ahí donde la calle es tan estrecha que los balcones casi se tocan. Tras escuchar la leyenda del trágico amor de Ana y Carlos y después de bajar por los escalones de uno de los atractivos más famosos del estado, no pude evitar recordar a José Alfredo Jiménez. En medio de esa noche de historia, risas, canto y algarabía no pude, sobre todo, evitar contradecirlo en algo: la vida lo vale todo.

Imprescindibles de Guanajuato

• Desayunar en el balcón del Santo Café, en el puente del Campanero.
• Visitar la Presa de la Olla y buscar la tumba de Jorge Ibargüengoitia.
• Pasar una noche de música alternativa en el Bar Fly y tomar una burra (cerveza, tequila, limón y granadina).
• Admirar el estilo churrigueresco de la Iglesia de San Cayetano.
• Recorrer los callejones de la ciudad manejando una cuatrimoto.

Jozz Gómez