Tatei Haramara: donde huicholes y coras veneran a ‘Nuestra Madre La Mar’
Un grupo de arqueólogos y una familia wixárika se reunieron para realizar esta expedición. ¡Conoce este sitio sagrado del Gran Nayar!
Objetivo principal:
Registrar las evidencias arqueológicas y etnoarqueológicas en el fondo marino inmediato a la Waxi Wimari.
Localización:
La piedra Blanca de San Blas, Nayarit
Duración:
4 Días de exploración y levantamiento de datos
La expedición
Un grupo de arqueólogos y una familia wixárika se reunieron para realizar esta expedición y peregrinación que, originada por un proyecto de más de dos décadas por parte del INAH, contribuye al registro de sitios sagrados de los pueblos originarios del Gran Nayar. Aquí los resultados de esta expedición.
El primer viaje a la costa central de Nayarit (T+karita, “el lugar de la medianoche” o Yuwi Kaiki, “donde está lo negro”, según la denominan el pueblo wixárika, también conocido como el pueblo huichol) lo realizamos en agosto de 2016.
Hemos retornado este mayo de 2017 para continuar el estudio de su sitio sagrado Tatei Haramara (Haramaratsie o Waxi Wimari) en donde los pueblos wixárika (huichol) y náayarite (cora) veneran juntos a “Nuestra Madre La Mar”.
El objetivo
Con la intención de acompañar a un grupo de peregrinos wixarikari para realizar el registro de la deposición de sus ofrendas en el fondo marino intermedio, entre la también llamada “Piedra de La Virgen” y el Cerro del Vigía, faro marítimo del puerto de San Blas, se hizo esta expedición.
Durante los días en que acompañamos a los peregrinos, con total respeto a sus usos y costumbres y atendiendo puntualmente a todas las indicaciones para no estorbar ni entorpecer su dinámica ritual (incluyendo el compartimiento de sus ayunos de comida y de agua), sin manipularlas y mucho menos extraerlas, se registraron numerosas y variadas ofrendas rituales depositadas por estos y por peregrinos pasados, tanto en la superficie y fondo marinos como en la playa y cueva sagradas.
En esta ocasión, destacó el registro de la ofrenda de un tzicuri (u “ojo de dios”, que es una cruz de carrizo forrada con estambre y que constituye una réplica simbólica de la tierra primigenia), numerosas jícaras votivas –tuxa– y flechas – uxu– con peticiones expresas adosadas en forma de nierika –de piedra esculpida o grabada, tablas con estambre sobre madera o de pedazos de papel con las peticiones pintadas–, monedas actuales, así como velas de cera, objetos perecederos como pedazos de chocolate comercial y galletas “de animalitos”.
Coordenada: San Blas de Californias
Como la Virgen María lo hizo en el Tepeyac, Nuestra Madre La Mar eligió este preciso “cerro marino” para asomar su cabeza y su mano izquierda. El cielo es su cabello adornado de nubes y pájaros; el Pacífico, su vestido azul, y la espuma de las olas es el encaje que lo adorna, con él recoge las ofrendas que le dejan en Playa del Rey.
Por eso las arenas, dársenas y rocas del vecino cerro y cueva Tatewarita “la casa de nuestro abuelo fuego” están repletas de ofrendas y de rezos, los cuales han sido depositados durante varios milenios en este paraíso terrenal.
Nuestra lancha zarpó del muelle de San Blas. Atrás dejamos la virreinal aduana y la garita, restos del esplendor de un puerto que fue la supuesta sede de una Capitanía General de los Mares del Sur. Pasado, presente y futuro parecían unirse cuando nuestra nave saltaba para enfrentar las primeras olas marinas en la boca del histórico puerto.
Las aguas tibias y las aves marinas nos abrían paso al inmenso Pacífico. Al frente nuestro, de inmediato, hizo su aparición la Waxi Wimari “la Milpa Nueva”. Justamente se trataba de una deidad que se transformó en esta Piedra Blanca y que es la madre de N+’ariwame “la Lluvia Oriental” y de Ekateiwari “el Viento Mestizo”, pero que también lo es del niño que se convirtió en Tayaupa: “Nuestro Padre el Sol” tras arrojarse al fuego en el sitio sagrado de Teupa en Tateikie, “la casa de nuestra madre”, Jalisco.
Por eso en los mitos wixarikari del nacimiento de la lluvia y del Sol ya se afirmaba que en esta Piedra Blanca de San Blas se encuentra el preciso centro del universo. En nuestra proa se encontraba la familia Ríos para cumplir la manda de Estrellita y su abuela.
Listas iban sus ofrendas, encabezadas por un ayuno total de alimento y agua, mismo que compartimos por respeto absoluto a “el costumbre” wixárika. Las nayaritas no son religiones de silencio y tristeza, todo lo contrario, la alegría y las risas acompañaron nuestro viaje a La Mar. ¡Vamos a la casa de Nuestra Madre! Al lugar donde todo es salud y abundancia.
¿Retorno a Aztlán?
Basta imaginar la escena: una isla refulgente en su blancura “en medio” de las aguas. Un cerro jorobado en cuya derecha tiene una cueva sagrada en dirección a esa isla y que es casa de un gran dios. Una canoa navegando entre medio de ambas…
Vino a mi mente el primer panel del Códice Boturini, Tlacaélel y su señor Moctezuma Ilhuicamina en aquella expedición procedente de la gran Ciudad de México (tal como la nuestra), en busca de la casa de Nuestra Madre Coatlicue y guiados por un grupo de sabios mexicas, ahora nuestros wixarikari… ¿Aztlán? Me pregunté… La Mar estaba agitada pero cuando por fin nos acercamos para mirar el rostro de Waxi Wimari todo era azul y calma.
La abuela estaba llorosa y no paraba en sus rezos. Estrellita, su nieta, no dejaba de sonreírnos con sus ojos brillantes. Su padre y su tío igualmente sonreían, gallardos y altivos como los de esta tierra, pero así mismo muy emocionados, como lo estábamos todos. Por fin nos acercamos a la pared oriente de esta Piedra Blanca.
La que mira hacia el cerro y a su sagrada casa-cueva de Tatewari: “el Abuelo Fuego”. Bendicen a la diosa los muvieri (flechas-serpientes- emplumadas) de los dos mara’akate (curanderos y sabios, cuyo singular es mara’akame). La abuela dirigía las oraciones en su lengua wixárika y, en ella misma, le presentaba a su nieta Estrellita.
Pedía por su salud y por la de todos los que ahí estábamos y aun por los que no, por México entero y por toda la tierra. Un tzicuri, un mapa cósmico, fue depositado por la salud de todos en las aguas de Tatei Haramara.
Como diosa de la creación, en su advocación de Takutsi Nakawe e imitando una araña, el primero fue tejido por ella, cual primigenia superficie terrestre enmedio de La Mar. Las manos de la abuela lo depositaron y luego bendijo con agua marina a toda su familia.
Los acariciaba, los mojaba. Completaron su ofrenda personal, pero habían traído también para cada uno de nosotros: una vela virgen, un pedacito de chocolate y un par de galletas “de animalitos”–porque son como venaditos–, apenas y murmuró la abuela.
Emilio Sartiaguín, nuestro lanchero sanblaseño, hacía esfuerzos por controlar la nave, pues las olas estaban muy agitadas. Pero aún así los arqueólogos submarinos se lanzaron a las aguas. Querían registrar el destino de nuestras ofrendas en el fondo. Poco permitió ese verdor azul tan pleno de nutrientes.
Retornamos hasta la Isla del Rey para peregrinar ahora su cerro. En 1975 el gobierno federal dinamitó la orilla poniente de El Vigía (y su entonces amplia cueva sagrada Tatewarita) para usar sus basaltos en el intento de adecuar San Blas como un puerto comercial.
El mar se retiró hasta las nuevas dársenas con ellos instalados y ahora los pueblos originarios nayaritas pelean en tribunales estas tierras ancestrales, pues otros intereses ya vislumbran hoteles y mansiones sobre este paraíso terrenal.
Documentación
El proceso de documentación fue una labor continua.
De hecho cada una de las acciones del proceso resultan objeto de nuestro registro. La localización de los peregrinos, el acercamiento a los mismos, la adquisición de las ofrendas, el proceso de embarque y traslado hasta el sitio sagrado, los rezos y la ofrenda.
Hecho esto, estuvimos listos para asignarle un número al registro, pasarlo a un pizarrón —que contiene la información como el nombre del proyecto y la fecha—, las coordenadas que marca el gps y el proceso de registro en foto y en video, particularmente del depósito de las ofrendas en el fondo marino.
Luego los arqueólogos se lanzaron al agua y, usando tal punto como eje de registro se colocaron en línea con el auxilio de una cuerda amarilla que les permitiese realizar una prospección ordenada en un nuevo intento por peinar el fondo marino entre ambas piedras blancas.
El buzo del extremo noroeste fue el encargado de llevar el registro y el fotógrafo submarino operaría como comodín. Finalmente, ni el mar encabritado ni la abundancia de plancton y de arenas revueltas nos permitieron completar esta prospección, así planteada, no así el concluirla en el universo terrestre del complejo ritual.
Con la información recabada, habríamos de preparar un informe de actividades ya de regreso a Tepic, la ciudad asiento del tukipa –centro ceremonial– de Zitakua (Citlacoatl: “la Estrella-Serpiente”): hoy colonia popular de residencia de nuestra peregrina Estrellita y sitio sagrado de Hakwepa, donde se pide salud y abundante alimento precisamente porque su principal tuki (un templo circular y hundido) resulta casa ¡de Tatei Haramara!
El lugar donde nacieron los dioses
En “el costumbre” wixárika (el nombre dado por los wixarikari a su religión nativa), tanto la pareja de dioses creadores como todos los otros dioses, hijos suyos, tuvieron su asiento primigenio en este específico fondo marino de Tatei Haramara.
Luego, en busca de Tauyupa, Nuestro Padre El Sol, guiados por Nuestro Hermano Mayor Tamatz Kauyumari, “El Lucero de la Mañana/ Venado Azul/ Peyote”, salieron al mundo justo en la inmediata Playa del Rey en donde, tras realizar una primera ofrenda en su inmediata cueva ritual Tatewarita, su Cerro del Vigía se convirtió en el primero de cinco escalones (desde este Golfo de California hacia las Llanuras Costeras del Pacífico Norte, el Eje Neovolcánico Mexicano, la Sierra Madre Occidental y la Mesa del Norte); considerados entre sí un imumui (un escalera ritual) para subir hasta el centro del desierto de Wirikuta en Real de Catorce, San Luis Potosí, y donde el recorrido no concluye sino hasta descender en el Golfo de México en Tsinameküta, hacia la altura del puerto de Tampico.
Los náayariite reconocen también este largo transecto de sitios sagrados hacia dicha región, pero sitúan tal extremo oriente en “La Mar de Veracruz”, precisamente en la Isla de Sacrificios. Largas procesiones pedestres o en vehículos de motor marchan por el peyote desde este Gran Nayar, pero los mara’akate también son capaces de guiar estas mismas procesiones apenas con sus cantos y con la música hipnotizante de su tepu o tambor.
Las enseñanzas de «Don Juan»
Como al inicio del tiempo lo hicieron los primeros dioses, entonces guiados por los dioses tutelares como las siete tribus nahuatlacas saliendo de Aztlán, dirigidos a su vez por cuatro sacerdotes y su sacerdote Tenoch cargando a su dios tutelar Huitzilopochtli así nosotros (éramos siete investigadores encabezados por cuatro wixarikari guiados estos por Kauyumari, el dios Peyote- Venado), por fin abandonamos la Playa del Rey de regreso a San Blas. Durante el retorno, la abuela Guadalupe nos contó que aunque ya ha podido visitar París, Londres y Nueva York, acompañando con sus bellos cantos a su finado esposo, el mara’akame Catarino Ríos, hoy acababa de cumplir su sueño de visitar a Tatei Haramara hasta su insular casa de la Waxi Wimari… ¡para precisamente pedirle el retorno de su capacidad de cantar! Así supimos que esta abuela viuda, doña Guadalupe, sus dos hijos y su nieta Estrellita, eran la familia del mara’akame Catarino Ríos… ¡Precisamente nuestros peregrinos! Resultaba pues que nuestros peregrinos mariacheros eran también los nietos de don José Ríos Matsuwa ( 1880-1890 ), el más respetado mara’akame del alto cañón del río Grande de Santiago y quien, para inicios de 1960, fue el informante y modelo del que el antropólogo peruano Carlos Castaneda –a su vez– creó y extrajo a su chamán yaqui “Don Juan”; sabio y guía del culto del peyote, cuyas “enseñanzas” abrieron la puerta a la época hippie, a la psicodelia.
Aquel umbral que para el pueblo wixárika significó el arranque del éxito mundial de su arte y cultura, actual referente icónico para la humanidad, luego de que sus cuadros de estambre nierikate fueron modelo del diseñador gráfico de los juegos olímpicos de México’68.
Un nuevo caminar
Ya para finalizar exploramos también el cerro de La Contaduría donde, al lado de su virreinal fuerte, observamos el petrograbado de un peyote y de un mapa cósmico. Igualmente asignables a la tradición Aztatlán.
Tatei Haramara sobresalía entre el mar de palmeras, más allá Waxieve, nuestro otro dios marino, para el caso un jaguar (la isla de El Asadero, frente al delta del río Lerma- Santiago), y más allá la Reserva Especial de la Biosfera Islas Marías, el Parque Nacional Isla Isabel y, aún más lejos, los cabos de la Baja California).
“El Gibraltar de las Américas” alguna vez llamaron a San Blas en el imperio español, luego punto de desembarco de la última de las Naos de China, gran puerto comercial: el del “rebozo de seda que te traje de Tepic”.
Su pasado, su presente, ¿y su futuro? Ahora hemos constatado el punto específico en donde las ofrendas son depositadas a La Diosa Mar, pero que estas incluyen monedas metálicas y jícaras de cerámica que suponen un depósito marino con estratigrafía fechada y fechable.
De tal forma los caracteres grabados –particularmente las fechas– pueden precisarnos la edad aproximada de la ofrenda en su estrato y, para una arqueología más tradicional, porque entre la cerámica y objetos asociados propios de los actuales pueblos originarios nayaritas y de sus antepasados precoloniales, prehispánicos y aún prehistóricos; el papel de San Blas como puerto comercial respecto a Edo (el actual Tokyo), Cantón (China) y Manila (Filipinas), así como hacia Centroamérica, Sudamérica y Europa, ya también nos hace prever la presencia de porcelanas y lozas de tales procedencias, como de igual modo pudimos constatar en superficie en el vecino sitio prehispánico y virreinal de La Contaduría, pero en el suelo del puerto de San Blas.
Tatei Haramara es, con pleno derecho, La Casa de Nuestra Madre, La Mar y La Tierra, porque como una madre ha sido capaz de resguardar en sus entrañas toda la historia profunda de esta porción del mundo, pero del mundo entero justo en esta porción. Porque en la intacta preservación natural de este sitio sagrado se encuentra la encrucijada de nuestro futuro. Por eso los wixárikari y los náayariite ahí le piden por la salud de todos, justo porque se saben los guardianes ancestrales de este primer y último paraíso terrenal.