Fotos: Xantolo en Papatlatla, culmina la convivencia entre vivos y muertos
Te llevamos hasta la comunidad de Papatlatla, en el municipio de Calnali en el estado de Hidalgo, donde el 2 de noviembre terminan las celebraciones de Xantolo.
Para el 2 de noviembre las personas de Papatlatla, una localidad de México perteneciente al municipio de Calnali en el estado de Hidalgo, ya tienen lista una gran cantidad de tamales que serán compartidos a lo largo de la jornada, desde tamales chicos rellenos de frijol entero y chile hasta grandes que llaman «de hueso» y que llevan pollo, guajolote o carne de puerco.
Desde muy temprano van colocando los tamales en el altar para agasajar a los espíritus que llegan a las casas. También les ponen café y su botellita de aguardiente, bebida que no puede faltar en estás fechas.
Durante la noche anterior y durante todo este día, las rezanderas van peregrinado entre las casas, llevando sus cantos en náhuatl para orar por los difuntos. En cada casa se les agradece entregándoles la ofrenda del altar. Pero a los muertos no se les puede dejar sin nada, así que una vez que se retira quien hizo los rezos se coloca ofrenda nueva.
Lo mismo sucede cuando llegan los parientes vivos, quienes llegan con tamales para visitar a la familia y su altar, a cambio se le otorga nuevamente la ofrenda, un ciclo de intercambios entre vivos y muertos que se repite en toda la comunidad.
Una mañana con los difuntos
El día amaneció nublado, con esa llovizna ligera que después de un rato te moja bastante. Así, desde muy temprano, en la calles se combina la bruma con el de humo de copal, brota de los sahumerios prendidos que llevan las personas, también van con flores, con refrescos, con su licorcito, todo ello en el morralito o en una canasta, van para el panteón a pasar la mañana con sus difuntos, ahí también les ponen ofrenda y comen con ellos antes de despedirlos.
En el camposanto destaca el colorido de las tumbas, dan alegría al cementerio en medio del mal clima. También resaltan las sombrillas que muchos portan, se ven muy juntas por todos lados. Y es que las sepulturas están muy apretadas unas con otras, apenas dejando unos centímetros para pasar entre ellas, incluso, en partes no hay otra que pisar sus orillas para acceder al otro lado. Aún así todos encuentran un rincón para estar.
La mañana transcurre con el arreglo de las tumbas, se colocan velas, el cempasúchil se riega formando una cruz y las ofrendas se colocan en morrales si el difunto es hombre o en canasta si es mujer, dentro de ellas viene un tamal grande «de hueso», todo ello mientras el humo del copal en cada rincón envuelve la casa de los muertos.
En este ambiente sacralizado comienza a resonar una percusión constante, un sonido hueco que proviene del caparazón de una concha de tortuga, quién la toca se la cuelga al cuello con un listón y la golpean con un intervalo constante, ligero, con dos palos de madera mientras canta una canción en náhuatl que se nombra Cocolotzi.
Albeer Yaocelotl es uno de los varios que recorren el camposanto, llevando su sonido y su canto «la tortuga representa fuerza, la que tienes que tener desde pequeño para enfrentar la vida… y el canto habla sobre los procesos de la vida, desde que naces hasta que mueres, por eso se canta en el Xantolo» comenta antes de que una familia le requiera para llevarlo ante alguna cepultura, a cambio le entregaran parte de la ofrenda.
En punto del medio día da inicio la misa. Bajo el gran árbol del camposanto. En la parte más alta se ha dispuesto el altar para que el sacerdote lleve a cabo la liturgia mientras las personas se mantienen firmes bajo la llovizna, «el año pasado llovió más recio y nadie se movió de aquí» plática una de las personas.
Casi al término de la ceremonia se empieza a escuchar el zapateo de los «huehuentines», son los viejos y las xilonas que están ansiosos por entrar al camposanto, ellos representan los espíritus de los hombres y mujeres difuntos. Apenas termina la misa las personas recogen la ofrenda de las tumbas para llevarla al centro del panteón, bajo un tejabán donde se reúnen todos los tamales llevados.
Es momento de la entrada de los viejos, llegan bailando y emitiendo sus risas-gruñido. A cada uno se les dan tamales en un costal. Lo deben cargar en la cabeza con un mecapal. El simbolismo de la ofrenda tienen este momento su máxima expresión, los viejos la reciben y salen del panteón bailando, gozando, felices por su regalo. Afuera los esperan sus mujeres, las Xilonas, para bailar con ellos la ofrenda en dos filas largas donde el ritmo lo marcan las bandas de viento que amenizan la celebración.
Es momento de ir hacia la iglesia para la despedida final. Al frente van las bandas que no dejan de tocar en ningún momento, les siguen las comparsas de huehuentines, todas reunidas en dos largas filas que desfilan, intercambiando lugares y bailando los costales con tamales.
Al lado de la iglesia ya los esperan las mujeres de pueblo con sahumadores y velas en las manos, son las madres, las esposas, las hijas, las hermanas que ansían la llegada de los espíritus representados por los danzantes. Y su encuentro es quizá lo más emotivo del ritual, caminan hacia ellos para purificarlos con el copal y lanzarles pétalos naranjas, para rodearlos y pasar entre ellos en un acto tan amoroso que provoca un nudo en la garganta.
Juntos suben hacia la iglesia, es el último acompañamiento. Ya en el atrio los huehuentines bailan mientras depositan sus cargamentos en una mesa larga dispuesta frente a la iglesia, en ella se recolectan todas las ofrendas. Los viejos y las Xilonas ya han disfrutado de las viandas y ahora las regresan al plano de los vivos y las mujeres vuelven a sahumar y bendecir la ahora gran ofrenda comunitaria, tanto ellas como los hombres tiran al suelo un poco de licor de caña al piso, dando gracias a los espíritus por su visita.
Mientras los huehuentines siguen bailando las ofrendas son repartidas entre los asistentes. Poco a poco estos grandes tamales se van acabando y las comparsas se van quitando máscaras y pañuelos del rostro. Los espíritus se han ido y ahora los hombres también pueden disfrutar del festín que les han dejado sus muertos.
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