La Alborada: fiesta y tradición en San Miguel Allende
Las Fiestas de San Miguel Arcángel, patrono de San Miguel, son las más importantes del lugar y de todo el año. Así se vivió de cerca.
Olvídate de la rutina y escápate:
Vuelo en Globo San Miguel de Allende
Es sábado y la ciudad nos recibe con un ambiente peculiar que sabe a euforia anticipada y a preparativos. Después de cenar, caminamos por las callecitas de San Miguel y nos sumamos a los ríos de gente que parecen atraídos como por un imán al Jardín Principal, donde se realizará la fiesta de fiestas de esta ciudad: La Alborada, una representación de la lucha del Arcángel San Miguel contra Lucifer, que se traduce en un espectáculo pirotécnico de poco más de una hora.
Son las 2:00 de la mañana y he perdido de vista a mi compañero fotógrafo; me alegro de haber traído un suéter abrigador y una chamarra con capucha. A mi alrededor veo rostros sonrientes de ojos expectantes y, luego de caminar unos pasos, sucumbo al coqueteo de un atole de piloncillo que me llama desde un puestito con su aroma dulce. Me divierte ver cómo un señor se cuela en todas las fotos de grupo a su alrededor, levantando en la mano derecha lo que parece un ratón muerto, pero que en realidad es un juguete para gastar bromas a los incautos.
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Hay música de banda por doquier, una agrupación por aquí, otra más allá. Me instalo en la esquina frente a la Parroquia de San Miguel, donde La Arrasadora Banda Sausitos pone el ambiente. La gente baila en pareja o en solitario, me uno -¿por qué no?- a la juerga; después de todo, también soy una invitada de honor a la Fiesta Mayor del Príncipe de la Milicia Celestial.
A las 2:30 horas, provenientes de los barrios del Valle del Maíz, La Aurora y La Estación, comienzan a arribar al Jardín Principal enormes estrellas hechas en colorido papel de china, con 6, 8 y 12 picos. Un rato antes, el amable encargado de la oficina de turismo me había explicado que éstas evocaban a la Virgen de la Luz, venerada desde 1930 por quienes trabajaban en la antigua fábrica de textil La Aurora; llevan velas en su interior porque iluminaban las procesiones desde tiempos en los que no había luz eléctrica en las calles. Estas figuras danzarinas van sostenidas en palos de madera de unos 2 metros de alto, lo que da la sensación de que flotan sobre la multitud.
El repique de la campana mayor a las 4:00 de la mañana interrumpe el jolgorio y marca el inicio de La Alborada, una ofrenda luminosa para agradar al “Arcángel Señor San Miguel”, como le llaman, y que así les conceda bendiciones durante todo el año.
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Los primeros cohetes pajareros salen disparados desde el patio de la majestuosa parroquia de estilo neogótico y de pronto me doy cuenta de que estoy gritando entre la gente. La emoción contenida explota. Los proyectiles dibujan líneas luminosas a su paso y luego estallan escandalosamente, algunos van con trayectoria muy baja, lo que obliga a varias personas en el Jardín Principal, (seguramente novatas, como yo, en esta fiesta), a correr despavoridas para buscar un refugio ante la embestida del fuego incesante.
Algunos de estos “misiles” terminan su camino en el suelo de la calle frente a la iglesia, donde varios hombres, en su mayoría jóvenes, se han quitado la camisa y la agitan con el brazo haciendo círculos sobre su cabeza, brincando y gritando “¡San Miguel, San Miguel!”, mientras esquivan las esquirlas de fuego que caen del cielo. Volteo y me veo reflejada en la expresión de una chica norteamericana que parece decirme con sus ojos “¿pero qué es esto?”. Ambas sonreímos y nos pegamos a la pared en espera de que la cornisa nos proteja de los cohetes, y es que en toda celebración religiosa de este tipo hay algo de primigenio y estremecedor, con su fuego, sus danzas y el estruendo. Estamos en las entrañas del fervor religioso mexicano.
Del lado opuesto, disparan hacia la parroquia los fuegos pirotécnicos que rompen en flor y que representan la artillería de Satanás, a quien San Miguel combate con cerca de mil 500 lanzas luminosas, en forma de cohetones, en una batalla campal que parece eterna.
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A las 4:35 de la mañana se suma al arsenal de San Miguel un enorme castillo de cuatro caras; la multitud que antes estaba en la explanada ahora brinca a su alrededor esquivando las chispas que desprende el armatoste. Hay tantas luces en el cielo como a nivel de piso, donde las pantallas de cientos de celulares buscan capturar para la posteridad la batalla celestial que se libra en San Miguel.
Cuando termina de brillar la última de las cuatro caras del castillo, la estructura circular que lo corona se enciende y comienza a girar con tal fuerza que en un instante sale disparada y vuela por los cielos ante las bocas abiertas de la multitud. El Arcángel San Miguel es implacable, sus lanzas combaten al maligno que parece no rendirse, pero a las 5:15 de la mañana las bombas pirotécnicas cesan. El bien ha triunfado. El “Señor San Miguel” ha derrotado al mal y la multitud celebra con aplausos la buena nueva: vendrá un año próspero lleno de bendiciones para todos.
La gente deambula un rato más por la plaza, al fin localizo a mi compañero. Nos sentamos en una banca, junto a las familias que aprovecharán que están ahí para entrar a misa más tarde y grupos de jóvenes que todavía tienen pila para seguir la fiesta. De pronto, gritos, un conato de pelea es disuelto en segundos por la Policía Municipal que va en cuadrilla y realiza constantes rondines acompañada por perros; la plaza están en paz. Son las 6:00 de la mañana y regresamos al hotel a dormir un par de horas antes de continuar con las celebraciones.
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Sincretismo y tradición
Durante las Fiestas de San Miguel Arcángel la ciudad se convierte en un crisol de colores, texturas y tradiciones religiosas que se mezclan en un desparpajado sincretismo. Salimos del hotel, tras la desvelada el cuerpo exige un desayuno sustancioso. Elegimos los chilaquiles en dos salsas con arrachera del restaurante Centro, sobre la plaza. Nos enteramos de que a los Voladores de Papantla se les durmió el gallo y su acto programado para las 11:00 será más tarde. A la 1:00, la plaza se convierte en caballeriza, cientos de jinetes llenan la calle frente a la Parroquia, donde se ha instalado un altar provisional para la misa y bendición de los caballos.
Luego realizan la “Quema de monitos”, muñecos de papel maché donados por los mercados locales que causan fascinación, sobre todo en los más pequeños, ya que traen premios amarrados a los brazos. Una vez que explotan, los niños se avientan al piso como si se tratara de una piñata para ganar una bolsa de papitas, una pelota, unos zapatos o al menos conservar la cabeza del muñeco como trofeo. Aparecen al fin los esperados Voladores de Papantla, y mientras truenan los últimos monitos, comienzan su descenso milenario.
Aprovechamos los puestos que se ha montado afuera de la parroquia para comer unas gorditas de chicharrón y de papas con chorizo y nos unimos a la mesa comunal, llena de uniformados que comentan el operativo de la madrugada: “Hubo 18 lesionados por quemaduras”, dice uno, “si ya saben, a qué vienen”, responde otro con picardía; todos ríen divertidos. Después, nos alejamos un par de cuadras del centro y encontramos lo imposible, un bar casi vacío, La Adelita, con sillones comodísimos (¿o así se sentían por el cansancio?) y cerveza para recargar fuerzas.
Dos horas más tarde estamos listos para el desfile de mojigangas, seguido por la exhibición de danzas provenientes este año de comunidades como Guerrero, La Cieneguita, Barrio Las Cuevitas y la Colonia Nueva Pantoja. Envueltos en aroma de copal, danzan los apaches con largas pelucas y motivos tribales pintados en el rostro, concheros chichimecas que portan penachos dignos de un emperador, flashicos que se golpean con varas en la espalda e indios guadalupanos. Es como ver danzar la historia religiosa de un país en unos cuantos minutos.
Al caer el sol, la solemne procesión de ánimas recuerda a los muertos de la Conquista, y conozco por primera vez los xúchiles, ofrendas monumentales realizadas con cempasúchil y una flor local llamada cucharilla, que tienen como destino final la entrada del templo.
España evangelizó a sangre y fuego esta tierra, y de esta conquista surgió un amalgama de costumbres y ritos que laten con fuerza y devoción en cada rincón de México, y para comprobarlo, quizá no exista mejor lugar que San Miguel de Allende y su majestuosa fiesta patronal.
Qué y cuándo
Fiestas de San Miguel Arcángel. Se celebran cada año el siguiente fin de semana al 29 de septiembre, día del Patrono de la Villa de San Miguel. El evento central es La Alborada, que inicia a las 4:00 de la mañana.
Cómo llegar
San Miguel de Allende está a 3 horas y media de la Ciudad de México, puedes llegar por la carretera 57D en auto o por autobús, a través de Primera Plus y ETN.
Tips de viajero
- Para La Alborada: Ubícate al costado de la parroquia para disfrutar el espectáculo sin riesgos de quemaduras, lleva tapones para los oídos y mantente alerta de tus pertenencias.
- Aléjate unas cuadras del centro para encontrar bares menos saturados para tomar un respiro entre eventos.
- Carga una botella de agua para estar hidratado, lleva sombrero y reaplica tu protector solar cada 4 horas.
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