La historia de celos que dio vida a las sillas confidentes de Mérida
Esta es la historia de cómo llegaron las sillas confidentes a los parques de la ciudad de Mérida.
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Una de las muchas características que hacen únicas a las calles de Mérida, Yucatán, son las sillas confidentes.
Colocadas en diferentes lugares de la ciudad, estas bancas dobles pintadas de blanco, cuyo diseño hace que quienes se sienten en ellas queden casi de frente, son uno de los elementos más admirados y fotografiados por las personas que visitan este tradicional destino.
Al igual que las residencias que se encuentran a los costados de su famoso Paseo Montejo, estas bancas tienen su origen en el estilo europeo que imitaron sus habitantes más acaudalados de inicios del siglo XX, pero también tienen detrás una historia de amor y de celos que tuvo un final afortunado.
Al estilo Napoleón III
Primero, un poco de historia. En el siglo XIX, en Francia se diseñó un mueble compuesto por dos sillones contrapuestos y cuyos respaldos se unían en forma de “S” en una sola pieza. Fueron conocidos como “Tête-à-tête” (“cabeza con cabeza”), “vis-à-vis” (“cara a cara”) o “Loveseat” (“sillón de amor”; de hecho, hoy se le llama así al sillón para dos personas de cualquier juego de sala y, en algunos lugares de México, le llamaban “confidente” hasta hace unos años).
Estos asientos, que estaban hechos para interiores, fueron creados con el fin de permitir a las parejas –especialmente a las que apenas empezaban a cortejarse– sentarse para conversar sin perder contacto visual y, muy especialmente, manteniendo la decencia y la discreción.
También se les conocía como “conversador” y, en México también se les llamaba “tú y yo”.
Al estilo de diseño al que pertenecían estos sillones –al igual que otras áreas creativas, como la arquitectura– es al llamado “segundo imperio”, que también era conocido como “estilo Napoleón tercero”.
La bonanza del henequén
Seguimos con el contexto histórico. En Mérida, a finales del siglo XIX e inicios del XX, se vivió una muy importante bonanza económica impulsada, principalmente, por la industria del henequén.
De esta planta autóctona de Yucatán –que ya era muy conocida desde tiempos de los mayas– se extrae una fibra que es útil en otras industrias, como la textil, la marítima y la agrícola.
A finales del siglo XX, la industria henequenera se vino abajo debido a la introducción de las fibras sintéticas en el mundo, pero por allá de 1890 dejaba altas ganancias en gran parte de la región de la Península.
En ese contexto, las familias más adineradas de Yucatán, como sucedió en otros lugares de México durante el Porfiriato, adoptaron la arquitectura, la moda y el diseño franceses como símbolo de lujo y elegancia.
Las sillas confidentes en Mérida
Ahora sí, hablemos de las sillas confidentes que, curiosamente, parece que no tienen su origen en Mérida, sino a unos 50 kilómetros de ahí, en la ciudad de Bokobá, localizada también en la llamada zona henequenera de Yucatán.
No se sabe exactamente quién las diseñó, pero una de las leyendas más difundidas en Yucatán cuenta que nacieron gracias a los celos de un padre cuya hija estaba siendo cortejada por un joven del pueblo.
El papá permitió que el muchacho se reuniera con su hija, pero les puso la condición de que esos encuentros solamente se llevaran a cabo en la banca de un parque. Ellos aceptaron y así lo hicieron.
Sin embargo, el padre se dio cuenta rápidamente que en las bancas del parque era posible tener mucha cercanía física, por lo que se le ocurrió mandar a hacer una silla estilo “tú y yo” con el fin de que pudieran seguir platicando en un lugar público, de cerca, mirándose a los ojos y, lo más importante: sin tocarse.
En Mérida, las primeras “sillas confidentes” se instalaron en 1915 tras una remodelación de la Plaza Grande, en pleno centro de la ciudad.
De ahí se popularizaron rápidamente y se colocaron en otros puntos de Mérida –como el Paseo Montejo– y otras ciudades de Yucatán.
Hoy, las sillas confidentes son grandes lugares para selfies, tomar un descanso y (todavía) conversar románticamente con la pareja.
Fue así como, al final, los celos de un padre dejaron algo bello y que hoy es todo un símbolo de Mérida.
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