El Día de Muertos de Lowry en Cuernavaca
Pocos libros tienen como escenario el Día de Muertos. Te presentamos Bajo el Volcán un imperdible para leer en esta temporada.
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Cuando me pidieron escribir una recomendación literaria para el Día de Muertos casualmente terminaba de leer el libro Bajo el volcán de Malcolm Lowry.
Una recomendación puede ser contraproducente si no la haces con cuidado. Sinceramente estuve a punto de escribir sobre Rulfo, ¿qué mejor ejemplo para hablar sobre la muerte y caer de pie? Comala, muertos vivientes, toda esa pócima encantada que es Pedro Páramo con su lenguaje hermosamente cautivante. Dudoso, hice una búsqueda en Google y, para mi sorpresa, la fórmula “Lowry Día de Muertos” arrojó cerca de 511,000 resultados, mientras que “Rulfo Día de Muertos” solamente 241,000. Claro que este parámetro es totalmente azaroso, ¿por qué decidirse por Lowry antes que por Rulfo por un simple número?, pero leer los motivos de busqueda en internet terminó por convencerme.
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No obstante, temí que habría muchas notas sobre Bajo el volcán y ya no tendría mucho que decir al respecto. Pero en realidad encontré pocas. Casi todas circulaban en torno al alcoholismo de Malcom Lowry y de Geoffrey Firmin, personaje de la novela, así como en datos biográficos. ¿Qué poder resaltar para esta fecha sin caer en un resumen del libro? Primeramente que la historia es, a grandes rasgos, un viaje o transición a la muerte: inicia bajo la luz del día y termina al nacer la noche. Después el escenario: Cuernavaca, deformación castellana del indígena Cuauhnáhuac, que Lowry prefiere y que significa “cerca de los árboles”o “cerca del bosque”; una metáfora que aduce a Dante y a su afirmación de que la entrada al infierno está bordeada por un bosque. O sea, Cuernavaca es un umbral para Lowry. Una puerta que abre precisamente en el Día de Muertos.
Desde mi punto de vista, el hecho de que todo transcurra allí probablemente sirva para contrastar el decaimiento de los personajes con la eterna floración de la Ciudad. ¿Acaso no es también mediante una flor que los muertos encuentran su camino? Durante el transcurso de la novela hay también una procesión: la visita de los familiares a sus difuntos. Y mientras los personajes se desarrollan, es decir, mientras se enfrentan con ellos mismos, ese peregrinar parece más intenso y sonoro y el lenguaje un legajo de referencias, otra procesión, otro tributo, se puede leer a Virgilio, a Goethe, a Baudelaire.
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Pero volvamos al Día de Muertos. Como mencioné anteriormente Lowry prefirió el nombre prehispánico Cuauhnáhuac, y esa elección parece abrir una puerta directa no a la concepción moderna de la muerte sino al inframundo precolombino: el Mictlán. Con ello se explica por ejemplo la aparición constante de un perro que quizá sea la emulación del xoloitzcuintle que acompaña a los difuntos a cruzar el río Apanohuacalhuia, del primer infierno del Mictlán.
O el encuentro de Geoffrey Firmin en la Cantina “El bosque” (¡infierno, infierno!) con la señora Gregorio – ¿una dualidad que apunta hacia Coatlicue?— que, en una realidad torcida con mezcales, le dice cómo es morir. Y, finalmente y con la precaución de que esta nota no pretende abarcarlo todo, la presencia obvia del Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, que podrá ser el Tepeme Monamictlán, “lugar en que se juntan las montañas”, el segundo infierno del Mictlán.
Elegir a Lowry sobre Rulfo al final fue una buena elección, no solo para conocer por qué la novela de Lowry es una de las más importantes del siglo XX, sino también para conocer algunos rasgos del culto a la muerte en México y por qué no visitar Cuernavaca en este Día de Muertos para descubrir por qué está ciudad inspiró al escritor inglés.
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