Los mayas, antiguos navegantes de las aguas del Caribe
Mercedes de la Garza, reconocida investigadora del Mundo Maya, detalla las rutas que este pueblo estableció para, vía marítima, intercambiar sus productos -y exportar su cultura- con otras regiones de Mesoamérica.
Después de un largo recorrido desde el gran centro comercial de Xicalango, situado sobre la costa del Golfo de México, el Ah Polom, o comerciante, llamado Kin Ek Pech, con su grupo de veinticinco remeros, se dirigía a una isla del Golfo de Honduras, en el segundo año del siglo XVI. Un toldo de petates en el centro de la canoa cubría a las mujeres, a los niños y a los principales productos que serían trocados, como mantas de algodón pintadas y bordadas, huipiles y taparrabos, espadas de madera con navajas de pedernal, hachitas de cobre y los granos de cacao que servían como moneda.
Como alimento para sustentarse durante la larga travesía, los viajeros llevaban tortillas de maíz, raíces comestibles y posol. De pronto, avistaron un enorme e imponente navio, ocupado por unos extraños hombres, que causó su espanto y confusión; era el barco de Cristóbal Colón. Sin defenderse, se dejaron conducir hasta la nave del explorados, quien tomó algo de sus mercancías y a cambio les dio algunos objetos españoles; el almirante retuvo a un viejo para que les indicara dónde encontrar oro. Llorando por el abuelo prisionero, Kin Ek Pech huyó a toda velocidad para salvar a su tripulación.
A partir de ese momento, el gran comercio marítimo que los mayas realizaron durante el periodo Posclásico (900 a 1545 d.C.) desde el Golfo de México hasta el Golfo de Honduras, rodeando la península de Yucatán, empezó a decaer, hasta que toda la región fue sometida por los conquistadores españoles.
Durante el Posclásico los mayas habían organizado una gran red comercial que se extendía hasta el centro de México, al norte, y hasta el Golfo de Honduras y Panamá, al sur. Entre los productos de comercio se hallaban el algodón, el cacao, la sal, las plumas vistosas, la miel, objetos de barro y el jade, piedra sagrada que simbolizó el agua, la vida, lo precioso. Así mismo, se comerciaba con obsidiana, piedra de origen volcánico muy usada para elaborar instrumentos y objetos rituales, como los cuchillos de sacrificio, y de adorno.
A su vez, al área maya llegaba, como uno de los principales productos comerciales, el metal, fundamentalmente oro y tumbaga (aleación de oro y plata), desde Costa Rica y Panamá. Objetos procedentes de esas regiones se han hallado en el famoso cenote sagrado de Chichén Itzá y en la isla de Cozumel, y originarios del área maya fueron, entre otros productos, los espejos de pirita con inscripciones y la cerámica plomiza, es decir con mezcla de metal.
La ruta marítima que rodeaba la península de Yucatán tocaba las desembocaduras de los ríos o sitios terrestres desde donde se distribuían las mercaderías. En la costa oriental se comerciaba en numerosos puertos, como Xcaret, Chakalal, Akumal y Xelhá; en la costa norte floreció el gran sitio de Xcambó y en la parte occidental de la península destacaron puertos como Campeche, Champotón, Tixchel y el famoso Xicalango, uno de los principales centros internacionales de comercio. Todo ello significa que el antiguo esplendor del periodo Clásico en las ciencias y en las artes fue sustituido por el auge comercial, por intereses más mundanos, pero igualmente realizados con excelencia, bajo la tutela de los dioses.