Maruata, Michoacán. Un paraíso por descubrir
Si buscas una playa definida por el ambiente natural, dirige tus pasos hacia Maruata, Michoacán. Sus bellos atardeceres, sus callados días, su brisa constante y, sobre todo, su tranquilidad, hacen de este lugar algo inolvidable.
Olvídate de la rutina y escápate:
Adrián Téllez, guía de turistas Tlalpujahua y mariposas monarca
De esta incomparable playa nos enteramos por esos viajeros llamados trotamundos que andan en busca de lugares poco frecuentados. Partimos de Lázaro Cárdenas, 248 kilómetros al sur de la ciudad de Uruapan, por la carretera Núm. 37 y tomamos la ruta 200 hacia el norte, que se retuerce siguiendo el relieve temperamental de la tierra michoacana.
Poco a poco el hermoso paisaje se mostró ante nosotros, las montañas se agolpan, las rocas aguantan los azotes de olas blancas que estallan contra el cielo azul. Una vegetación tropical presta un poco de verde a estos 260 kilómetros de playas vírgenes.
Cuando llegamos a la desviación, bajamos del camión y comenzamos a caminar en dirección al mar. Atravesamos un pueblito rural, con su plaza central, y después de un bosquecito nos encontramos en un espacio abierto extraño y maravilloso: un cauce de arena muy ancho, surcado aquí y allá por un río de agua clara que lleva sus cursos dispersos hacia el mar azul; allí, cerca de la playa, praderitas verdes e islotes de plantas acuáticas, en donde pastan, a contraluz del sol matinal, algunos caballos sin montura, sin riendas, sin dueño.
En las lagunas que se forman de la unión del agua dulce y el agua salada pescan aves marinas y aves de laguna, una fauna mixta interesante e inusual: gaviotas, flamencos, garzas blancas, cormoranes, zopilotes, ibis, pelícanos. La playa de algunos kilómetros se extiende a izquierda y derecha.
De la arena dorada y del mar brotan, semejantes a un iceberg, montañas de piedra blanca, de contornos afilados, casi violentos, erosionados por las olas y el viento. El resultado es un paisaje onírico, surreal, en donde la fuerza de los elementos parece congelada en un gesto ascendente.
Bajo las estrellas
Comenzamos a buscar un lugar donde acampar, ya que este es el principal “alojamiento” en Maruata. Varias familias rentan a precios muy económicos espacios bajo las palapas a lo largo de la playa o cabañas rústicas de madera, que ofrecen comida y servicio de baños. Elegimos la palapa de Nati, en el extremo norte, cerca de la roca que brota del mar, llamada el Dedo de Dios.
Para los que quieren algo menos agreste, existe un alojamiento construido por la comunidad maruatense con un préstamo del gobierno. Sobre un cerrito están unas bonitas cabañas ecológicas, amplias y confortables, con techo de palapa y una vista inigualable a toda la extensión de las bahías. Cuestan entre 400 y 500 pesos, dependiendo de la temporada.
Nos pasamos la tarde en la playa tranquilos y despreocupados. Existen tres bahías en Maruata y elegimos la de aguas más tranquilas para nadar. Pronto notamos que acá la gente viene con lo mínimo. Nadie tiene sombrilla, algunos ni siquiera traje de baño. Sin embargo no es una playa nudista. Más bien cada uno hace lo que quiere, y el resto, respeta.
Es fácil hacerse amigos en Maruata. Al ratito de llegar conocimos a Mariana Pisoni, una artista argentina radicada en México desde hace 18 años, luego de atravesar por tierra toda Latinoamérica con su hermano Román. Ella, una antigua asidua de Maruata, nos cuenta un poco de historia.
Gracias a ella nos enteramos de que en el 1995 un suceso definió el futuro de la energía de aquí, una mega reunión internacional: Rainbow, un movimiento ambientalista que nació en Estados Unidos hace unas décadas y se expandió más allá de sus fronteras. Para definir brevemente a los “guerreros del arco iris”, digamos que proponen una forma de vida no destructiva en armonía con la Madre Tierra y, en lo ideológico-político, podrían parecerse a los que hoy se llaman “antiglobal”.
Mariana contó: “El año del Rainbow llegaron aquí por primera vez varios miles de personas, mexicanos, latinos, norteamericanos, europeos, acampando en la playa, haciendo performances de arte colectivo, música, talleres de ecología, fue increíble. Flotaba una magia en el aire que se impregnó para siempre en las piedras, en la arena, en la luz.”
Al caer el sol, como respondiendo a un llamado inaudible, todos comenzaron a moverse. La procesión caminó hacia un promontorio de roca que avanzó en el mar, casi una isla entre otras rocas-isla. Algunos llevaban tambores, otros flautas. Así, subimos un senderito cavado en la roca por muchos pies.
Todos nos reunimos en la cima de esta montaña que se lanza casi en un abismo sobre el mar, a la altura de los vientos, desde donde se ve toda la bahía de Maruata, y hasta la sierra. Es un ritual que se conserva desde el año de la reunión Rainbow. Cada atardecer se celebra aquí un agradecimiento por la vida y por el sol a la Madre Tierra.
Sobre las brasas
Con las últimas luces violetas bajamos la colina y buscamos un lugar para cenar. ¿Qué comer? En Maruata existen muy pocos de esos que conocemos como restaurantes formales, con meseros y menú. Pero en cada palapa las señoras cocinan los platillos tradicionales mexicanos, pescado y camarones al gusto, y además, sobre pedido, se puede comer langosta. También es posible encargar a los pescadores y cocinar sobre las brasas.
Elegimos el lugar más concurrido. La señora detrás de su cocina de leña preparaba sus platos caserísimos. Aquí no existe la idea de fast food, cada plato se prepara en el momento. Así, hay que hacerle como el resto, que ordena y se olvida por un buen rato, perdiéndose en un libro, o en la conversación, sabiendo que en algún momento la comida llegará, fresca y deliciosa.
Así, soltando todo el estrés de la ciudad, nos relajamos y dejamos que Maruata nos envolviera en su paz y armonía.
5 Imprescindibles
• Simplemente nadar en el azul Pacífico durante horas.
• Hacer una excursión a Maruata Viejo (45 minutos de caminata o 5 minutos en coche), una bahía protegida y pequeña. Allí se pueden contratar excursiones en lancha a las playas cercanas, a bucear, esnorquelear o pescar.
• Si logras juntar a diez personas, pide a los pescadores, por un precio razonable, que les acerque en lancha a lo que llaman los jacuzzis, donde las rocas en el mar forman unos piletones de aguas tranquilas.
• La bahía es lo suficientemente grande para permitir largas caminatas o paseos a caballo.
• En la bahía de Colola, a continuación de Maruata, hay una estación biológica internacional para el estudio y la protección de las tortugas marinas. Allí es posible, en compañía de un biólogo, ver cientos de tortugas salir del mar en la noche para desovar o participar en la liberación de las tortuguitas recién nacidas bajo la luna llena.
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