Ulama, la supervivencia de un juego prehispánico en Sinaloa
El juego de pelota es, sin lugar a dudas, uno de los rasgos culturales más compartido por los pueblos del México prehispánico.
Los numerosos restos arqueológicos de canchas donde se practicaban las diferentes modalidades se encuentran distribuidos en todo nuestro territorio, e incluso en algunos lugares de Arizona, Nuevo México y América Central. Más de 700 canchas dedicadas al juego de pelota demuestran la importancia de esa actividad en las diferentes épocas y culturas del México prehispánico. No se ha podido esclarecer si su práctica era solamente justa deportiva, ceremonia ritual o ejercicio de guerreros; algunos historiadores lo relacionan con los conflictos económicos o políticos, otros más con la dualidad vida-muerte, noche-día, y posiblemente lo interpretan como reflejo de la armonía cósmica, pero muy pocos lo conciben como una manifestación libre y creativa del hombre que lleva la práctica de su divertimiento a su cotidianidad y por lo tanto a la continuidad, a través del tiempo, del juego por el juego mismo.
Esto último podría explicar la supervivencia en Sinaloa del juego prehispánico conocido como ulama, que expertos en la materia han coincidido en identificar como una continuación del ullamaliztli; también lo han definido como de los más antiguos, ya que no se ha encontrado evidencia arqueológica o bibliográfica que nos ilustre sobre el sentido ritual o ceremonial del juego o de la existencia de sólidas construcciones para su ejercicio, como lo registran para el centro y sur de nuestro país los códices que integran nuestra herencia historiográfica. En Sinaloa jugar a la ulama es un verdadero divertimiento, aunque el origen de su práctica se halla perdido en el tiempo. En nuestras investigaciones hemos encontrado que se ha transmitido de generación en generación en sus tres modalidades: la primera y más espectacular es la que se realiza con la cadera, único lugar del cuerpo con que se le pega a una pelota de hule sólido de 4 kg de peso, ya que si ésta llega a tocar otra parte del cuerpo es un punto o raya perdido.
El campo de juego mide 50 m de largo por 4 m de ancho, dividido por una línea central o analco, en el que se enfrentan cinco contra cinco jugadores por bando. La contabilización de los puntos ganados es muy especial, ya que se da por resta, no por acumulación, y tiene la particularidad de que no se cuenta el 2 sino que pasa del 1 al 3, lo que propicia situaciones del juego muy interesantes que lo pueden prolongar por mucho tiempo, habiéndose dado el caso de un partido que se extendió por ocho días, aunque en la actualidad en los lugares donde se practica, que son los municipios de Mazatlán y Escuinapa, se ha decidido suspender el juego a las dos horas de su inicio, ganando el equipo que en ese momento lleve más rayas.
En los municipios del centro y norte del estado la ulama de cadera ya se ha extinguido por la falta de pelotas, pero sobrevive la modalidad de antebrazo y la que se juega con un mazo de madera. Para el primero se utiliza un taste, o campo de juego de 120 m de largo por una anchura aproximada de 1.20 a 1.40 m, con una línea divisoria en el medio; aquí se enfrentan tres contra tres 3 jugadores como máximo, protegiéndose la parte del antebrazo con una faja de manta delgada para golpear una pelota de hule sólido que pesa 500 gramos. Las reglas y la contabilización son muy similares a la modalidad de cadera. Para la práctica de la ulama con mazo se emplea una especie de pala redonda de madera dura que se agarra con las dos manos; ésta pesa entre 5 y 7 kilos y con su extremo frontal se le pega a una pelota también de hule sólido que pesa 750 gramos.
Esta modalidad utiliza un taste de 120 m de largo por 2.40 a 3 m de ancho aproximadamente, y es una variante que sí contabiliza por aumento sus puntos o rayas ganadas. Muchos son los cronistas e historiadores que se han ocupado en describir y estudiar el desarrollo de los juegos de pelota practicados en el México antiguo desde la Conquista hasta nuestros días, y no son pocos los investigadores que se han sorprendido de la supervivencia del que se identifica como ulama en tierras sinaloenses, hasta donde han llegado para estudiarlo, como el historiador Ted J. Leyenaar, a quien le debemos una extraordinaria publicación; asimismo, debemos reconocer el empeño y la dedicación que ha puesto don Miguel Valadés Lejarza en Mazatlán, quien por más de cuarenta años ha promovido la práctica del “hule de cadera”, así como la manufactura de la pelota que aún se hace de forma primitiva.
En nuestra opinión son varios los factores que han determinado que este deporte de claro origen prehispánico sobreviva en Sinaloa, y es gracias a la perseverancia y al amor de los ulameros que lo practican y a la asistencia de sus seguidores, quienes verdaderamente disfrutan de las buenas jugadas, y sobre todo a la conciencia que hay entre ellos de que se trata de una herencia cultural recibida a través de muchas generaciones; todo esto ha favorecido la continuidad de este extraordinario juego en nuestra entidad, a pesar de la influencia cada día mayor de los deportes extranjeros y de la indiferencia de las autoridades culturales, deportivas y educativas, que nunca han apoyado verdaderamente el desarrollo ni el conocimiento de este deporte, el cual debería ser considerado orgullosamente como nuestro mejor y más auténtico rostro cultural ante el mundo.
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