Barrancas del Cobre, a los pies del mundo
Aquí una crónica de estar en este paraíso en la tierra: las Barrancas del Cobre y su incomparable belleza. Gabriela Guerra nos cuenta su experiencia.
Las Barrancas del Cobre asombran. A media hora de camino, sin moverse de la barranca, hay 20 grados de diferencia y ecosistemas similares a los de todo Norteamérica. Por eso los colibríes suben y bajan en busca de alimentos y buen clima, lo mismo que los tarahumaras.
¿Qué hay en las Barrancas del Cobre?
¡Tres, dos…!, dice el guía mientras se abre una puerta de hierro que era, hasta entonces, lo único que nos separaba del precipicio. Estamos en el borde del abismo, y nos brinca la panza de emoción y de susto.
¡Uuuno! Y unas manos nos impulsan al vacío. Volamos sobre las Barrancas del Cobre; bajo nuestros diminutos cuerpos, uno de los paisajes más impresionantes que se haya visto nunca.
Sí, es la Sierra Madre Occidental y sus asombrosas formaciones rocosas, que el tiempo y el viento han degradado hasta conseguir formas naturales inimaginables en las piedras. Estamos en la tirolesa más grande del mundo.
Menos de tres minutos y dos kilómetros y medio de distancia recorridos valen casi cualquier fortuna (aunque cuesta $1 mil pesos). Es una experiencia como el mar, todo el mundo debería ir al menos una vez en la vida.
Parque de Aventuras Barrancas del Cobre
Pero esta es solo la atracción más reciente del Parque de Aventuras Barrancas del Cobre. Allí, sobre ríos, senderos, la sierra, la vida de los rarámuri, en las inmediaciones de la estación del ferrocarril (El Chepe) de Chihuahua al Pacífico, El Divisadero, un conjunto de siete tirolesas y dos puentes colgantes, que suman casi cinco kilómetros de recorrido, nos dejan sin el aliento de los paisajes asombrosos.
Si todavía necesitas algo más extremo, una vía ferrata con rappel, escalada en roca, y un pequeño puente colgante al que se llega dando un salto (sí, con 400 metros de abismo bajo tus pies) te harán vivir la experiencia más intensa.
Si realmente disfrutas estos “deportes” (y lo entrecomillo porque no es necesario tener ningún conocimiento previo para las mencionadas amenidades), todavía hay otras opciones: caminatas en una de las regiones montañosas más extremas (por el clima y las condiciones de vida), bicicleta de montaña, acampados, paseos a caballo y recorridos en el tercer mayor teleférico del planeta (tres kilómetros de cables sin torres intermedias).
Las barrancas de Chihuahua
La Sierra Madre Occidental forma un sistema de barrancas que ocupa una extensión de aproximadamente 600 kilómetros de largo por 250 de ancho. Esto la convierte en la más grande del mundo, más profundas que las famosas del Colorado. La lluvia, el viento y el agua que corre van transformando el paisaje, porque sus piedras son más blandas que las de Arizona; por eso, también más hondas. Sin embargo, este complejo sistema está emparentado con el Cañón del Colorado, siendo uno prolongación del otro.
Aunque dentro del sistema, la del Cobre es la más conocida, también es la menos profunda (1,300 metros sobre el nivel del mar). Antes se encuentran las siguientes:
- Urique (1,879 metros)
- Sinforosa (1,830)
- Batopilas (1,800)
- Candameña (1750)
- Huápoca (1,620)
- Chínipas (1,600)
- Oteros (1,520).
A ellas se llega a través de interminables bosques de pinos, de diferentes variedades, viniendo desde Chihuahua. Se atraviesa en El Chepe, el único medio de transporte que surca el corazón de la sierra, 653 kilómetros, hasta Los Mochis, en Sinaloa.
Alrededor de 37 puentes y 86 túneles franquean el tren, una obra de ingeniería que se inició en 1872 y fue concluida en 1961, hasta el Pacífico, en un viaje sin retorno, porque adondequiera que regreses, te llevarás la barranca contigo.
La flora, la fauna, la naturaleza en sí, estallan en estos caminos al norte del país, con hallazgos constantes de vestigios arqueológicos en sus cuevas, donde también viven los tarahumaras.
Las barrancas chihuahuenses son el lugar donde las cascadas se congelan en el invierno cruento, y brotan exuberantes en el verano, donde no puedes perder, ni por un segundo, el asombro.
Un paraíso a los pies del mundo, cuyo silencio solo es interrumpido a veces por algunas aves, o por los violines de los rarámuri, hechos y tocados con sus propias manos.
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