El Centro Histórico de la Ciudad de México
El alma de una ciudad es su población y las vivencia que experimentan. Tome notas de las visiones que existen sobre el Centro Histórico de la Ciudad de México, tantas como el número de personas que lo visitan.
Son muchas las visiones que existen sobre el Centro Histórico de la Ciudad de México, tantas como el número de personas que lo visitan, que lo viven cotidianamente o que lo recorren de cuando en cuando.
El Centro Histórico de la Ciudad de México, un lugar inigualable
Para los enterados, los historiadores, los investigadores, el Centro Histórico es un objeto de tales dimensiones que no les alcanza la vida para mostrar los datos, las pistas, los archivos; o para leer y estudiar detenidamente los libros, los artículos y las crónicas incontables que se han escrito sobre el México viejo y el Centro Histórico. Tanto más complejo resulta si se tiene en cuenta que mucho de lo que ya estaba ya no está, o ha tomado otro nombre, otro uso, otra imagen.
El Centro Histórico, en la imaginación de muchos, es pensado como un espacio que se salvará gracias a la inversión productiva, a la inversión inmobiliaria, a las acciones concretas, sociales y materiales, que hagan posible la recuperación plena de una cotidianidad en la que opera una gran diversidad de ofertas.
No es para menos, se trata de un espacio considerado entre los primeros, si no es que el primero, del continente americano, por su riqueza arquitectónica: edificios, iglesias, museos, teatros, cafés, restaurantes , galerías, etcétera, vinculados al tejido social, forman un conjunto que provoca interés y admiración.
Por otra parte, para los turistas el encuentro es instantáneo, su cámara digital va a captar la Plaza Mayor, a los danzantes, los puestos, a los personajes paradigmáticos, los murales del Palacio, las imágenes todas de una sociedad llena de contrastes con las que finalmente tratará de impresionar a sus amigos.
Según su edad, condición social, el Centro lo impactará de las formas más diversas, tal vez por el eclecticismo arquitectónico del conjunto, que abarca desde la época prehispánica, pasando por la virreinal y el siglo XIX, hasta el XX.
El Centro Histórico, una ciudad compleja
Para otros, como el que esto escribe, el Centro Histórico es una síntesis cultural e histórica. Regresar una y otra vez para admirar la estampa de la Plaza Mayor resulta evocador y emocionante; perderse por sus calles abre la posibilidad de conocer el pulso de otros días y también la oportunidad de tener encuentros con lo inimaginable.
Para millones de personas de aquí y de allá, el Centro Histórico es una enorme tienda llena de secretos y de sorpresas, para los expertos, el lugar ideal donde encontrar las mercancías más diversas. Tiendas, aparadores, accesorias, muestran miles de productos.
La sorprendente oferta de productos en el Centro
Además, la especialización se manifiesta por calles, por áreas, por bloques completos, donde se puede comprar a bajo precio, por kilo, por metro, por gruesa, por caja: cartón en presentaciones especiales, empaques, bolsas, carteras, cinturones, telas, ropa, artículos eléctricos, de sonido, computadoras, programas, trajes, sombreros, hules, papel amate, instrumentos musicales, imágenes religiosas, plantas de luz, bombas de agua, carretillas, sillas de montar, dulces mexicanos, cámaras fotográficas analógicas y digitales, palículas, líquidos de revelado, libros viejos y nuevos, revistas, compactos de múscia genuinos y piratas, argollas, cortinas, hilos, disfraces, fayuca, etcétera…
Se trata de un collage interminable para satisfacer al más exigente de los artistas, de una acumulación centenaria que se ha ido transformando a la par que los edificios. Sin todo esto, y sobre todo sin los que lo viven y lo visitan, se lo apropian, lo expropian, lo afean y lo embellecen, el Centro Histórico no sería lo que es.
Cualquier proyección futura debe tener presente que calles y escenarios descritos en su momento por Artemio de Valle Arizpe y Luis González Obregón, y luego por destacados urbanistas, costumbristas, arquitectos e historiadores, son el reverbero de la memoria, y ese reverbero sólo tiene o no tiene sentido, porque ahí se agita, en medio de un archivo monumental, el corazón de la gente.
No hay espacio para extenderse, son muchos los atractivos de todo género, espectáculos artísticos y culturales, paseos, deleites gastronómicos, etcétera, que resulta imposible mencionarlos a todos.
Mientras el autor del artículo pensaba en cómo cerrar estas líneas, recibe una llamada, es sábado: una pareja, amigos entrañables de muchos años, lo invitan a dar una vuelta por el Centro; ella tiene antojo, salimos finalmente con rumbo al Zócalo, en 5 de febrero.
La Casa del Pavo ya ha cerrado, se nos escapó el consomé; seguimos por 5 de Mayo y decidimos cenar en La Blanca dos pucheros de pollo y una fabada, café con leche y pan de dulce; un cantante ameniza la velada, y con su tono melacólico nos dice: “no me vuelvo a enamorar totalmente, para qué…”
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