La nueva historia de la Ruta del Vino en Baja California
Recorrer la Ruta del Vino en Baja California significa disfrutar de los paisajes, los colores, los aromas y los sabores, pero también de conocer la historia de esta región del país.
La Ruta del Vino nos llama con sus paisajes y colores, sus texturas y su frescura, sus aromas y sabores; en pocas palabras, seduce nuestros sentidos. Y esta ruta, que con toda razón se ha convertido en uno de los itinerarios favoritos de viajeros mexicanos y extranjeros, sigue creciendo.
Los paisajes del noroeste de la Baja California son como trozos del Mediterráneo incrustados en México. Los lomeríos cubiertos de rocas y encinos a veces remiten al sur de Francia, al norte de Túnez o a ciertos rumbos de Turquía. Las laderas ondulantes hacen pensar en el centro de Italia, mientras que los cerros áridos interrumpidos por arroyos casi siempre secos parecen salidos de Marruecos, Israel o Andalucía.
Un paseo por la historia
Venidos de España, Italia o Croacia, muchos de los jesuitas que comenzaron la evangelización aquí hace más de 300 años no dudaron en traer sarmientos y plantarlos, aunque la Corona no lo viera con buenos ojos: era como estar en casa. Y efectivamente el clima y el suelo respondieron. Hoy las descendientes de aquellas primeras vides traídas por los misioneros siguen dando ricos racimos.
Desde entonces y hasta fines del siglo XX la vitivinicultura en lo que ahora conocemos como el estado de Baja California vivió una historia aún no bien estudiada, pero que parece moverse con grandes altibajos. Hubo épocas de auge desde fines del siglo XIX con el florecimiento del comercio y la minería en la zona. Más tarde, la Prohibición en Estados Unidos (1920-1933) animó a mucha gente a sembrar vid y producir vinos y destilados. Después llegó la época dorada del apoyo gubernamental y el proteccionismo comercial que terminó en forma dramática en los años ochenta del siglo XX.
Una nueva historia
La nueva historia de la Ruta del Vino en Baja California, que es la actual, inició en aquellos años. Los supervivientes de la apertura comercial y algunos nuevos productores que no se amilanaron ante los altos estándares que trajeron consigo los vinos europeos, californianos y sudamericanos, comenzaron entonces a cambiar el paisaje local.
No fue un proceso rápido. Al comenzar la última década del siglo XX, había menos de una docena de vinícolas en Valle de Guadalupe —el corazón de la ruta. Poco a poco, sin embargo, se expandieron los viñedos y se multiplicaron las bodegas. En 1994, Hugo D’Acosta, que previamente había sido enólogo de Bodegas de Santo Tomás, fundó la Estación de Oficios El Porvenir que sirvió de escuela y taller de vinificación para infinidad de personas —¿habría que decir apostadores?— que son ahora enólogos reconocidos en toda la zona.
El movimiento tomó ímpetu en las primeras dos décadas de este milenio. Llegó un momento hacia 2012 en que se abría una nueva vinícola cada dos meses en Valle de Guadalupe. Vinieron también los restaurantes de cocina Baja Med y los hoteles boutique. Hoy en día son cerca de 150 las vinícolas en el estado, que en conjunto producen unos dos millones de cajas de vino cada año. Los restaurantes se cuentan también por centenares. Mientras que en Valle de Guadalupe ya hay cerca de 450 habitaciones de hotel (todas ellas sorprendentes).
La ruta sigue creciendo. A principios del siglo XXI, la ruta era Valle de Guadalupe y punto. Hoy, la región de la Puerta Norte, el Valle de Ojos Negros y la Antigua Ruta del Vino son un poco lo que era Valle de Guadalupe hace 20 años. Hace falta conocer estas tres importantes zonas para poder decir realmente que uno recorrió la Ruta del Vino. A su vez, Rosarito y San Quintín comienzan a mostrar que también pueden hacer vino de calidad. En las páginas de esta guía mostramos una selección de toda esta riqueza.
Una de las personas con la que platicamos para hacer esta guía fue el enólogo neoyorkino Gerard Zanzonico, que después de una vida en el Valle de Napa, California, ahora asesora a MD Vinos en el Valle de la Grulla. “Esto es lo mismo que pasó en Napa hace 40 años”, nos dijo en referencia a Baja California. Y agregó: “Hay mucho potencial aquí. Algunas vinícolas carecen de dinero y apoyo, pero lo que tienen es pasión.” Y en la Ruta del Vino, esa pasión se contagia.
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