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La leyenda del hombre que no quiso poner ofrenda

Tlaxcala
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© Guadalupe Posada

Te compartimos la leyenda del hombre que no quiso poner ofrenda y de la tristeza que provocó en sus muertos, así como de la desgracia que acarreó para sí mismo.

Para los mexicanos celebrar el Día de Muertos y colocar ofrendas dedicadas a nuestros fieles difuntos no solo es una tradición sino un deber pues, según cuentan, ellos son los encargados de protegernos e interceder por nosotros en el Más Allá. Sin embargo, no toda la gente simpatiza con esta costumbre. Un ejemplo es Felipe, el protagonista de la leyenda que te compartimos a continuación. ¿La conocías?

La leyenda del hombre que no quiso poner ofrenda

Faltaba poco para que el mes de octubre terminara, el frío ya había comenzado a hacer sus primeras apariciones y con él se acercaba una de las fechas más importantes para los mexicanos: el Día de Muertos.

La gente de Tlaxcala empezó a sacar sus ahorros y a comprar algunos de los ingredientes para el mole o los distintos guisos que prepararían para sus difuntos. Todos lo hicieron menos Felipe, un hombre humilde, medio holgazán e incrédulo al que de la nada le había dado por pensar que la tradición de las ofrendas era un invento para mantener a los pobres ocupados.

Pasaron los días y Felipe seguía igual. Se negó a las súplicas de Hortensia, su esposa, de darle dinero para los alimentos. Al ver que su insistencia era inútil, Hortensia se esforzó por lavar ropa ajena y conseguir algunas monedas. No obstante, apenas le alcanzó para comprar veladoras.

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Un encuentro aterrador y triste

Llegó la noche del 31 y Felipe le dijo a Hortensia que iría al monte a cortar leña. No obstante, antes de eso y como era su costumbre, pasó a una pulquería a gastar los pocos centavos que le quedaban. Felipe se emborrachó junto con sus amigos. Los hombres hablaban de sus familias y los chismes del pueblo hasta que llegaron al tema de las ofrendas.

En ese momento, las risas se detuvieron y las caras se les pusieron serias. Incluso José, el más valiente de todos comenzó a llorar la muerte de su madrecita santa. Luego comentó que no importaba porque mientras él viviera ella lo haría junto con él en su memoria. Además, junto con su esposa ya le habías¡n preparado una rica ofrenda con un rico mole de guajolote. Sin embargo, Felipe se burló de la tradición.

Los hombres contrajeron el rostro y abrieron los ojos porque no podían creer lo que escuchaban. Luego, el propio José tomó la palabra y le dijo que era un ingrato con los muertos pues ellos eran los encargados de interceder con Dios por los vivos. Felipe tomó sus cosas y haciendo comentarios irónicos y desaprobatorios se encaminó hacia el monte.

Ahí lo agarró la madrugada y se quedó junto a un ocote. De repente, sin explicación alguna, vio a una multitud de gente que se dirigía al pueblo. A Felipe se le bajó de inmediato la borrachera y en medio del tumulto no solo reconoció a algunos vecinos difuntos sino también a sus padres.

Felipe se desmayó del susto y despertó al día siguiente. En ese momento vio cómo la procesión regresaba muy contenta. Los rostros rebozaban felicidad pues en sus manos llevaban itacates con deliciosos guisados y bebidas de distintos tipos. Incluso, los niños llevaban consigo juguetes y dulces de muchos colores.

Toda la gente iba feliz excepto los padres de Felipe quienes solo llevaban un trozo de ocote quemado. Cuando vio la expresión de decepción y tristeza en sus padres, Felipe se sintió terrible y les preguntó porqué estaban así.

–Pero qué ingrato eres, Felipe, ya nos estás olvidando, mira lo que nos dejaste, solo un trozo de ocote y además quemado –respondieron. Felipe no solo recordó que no había querido poner la ofrenda sino sus continúas burlas hacia la tradición. Por ello, con el corazón estremecido y lleno de culpa, Felipe les pidió que lo esperaran y corrió a su casa por algo de comida.

Guadalupe Posada

Su esposa le hizo un itacalte rápido con frijoles y un guisado que le había dado su mamá. Felipe corrió como nunca en su vida. Sin embargo, era muy tarde. Al día siguiente, la gente del pueblo encontró el cuerpo sin vida de Felipe quien tenía en el rostro una mueca de profundo dolor y el itacate desparramado al lado.

Desde entonces se cree que quienes se niegan a poner el altar a sus muertos, pierden la protección de los mismos y están a disposición de cualquier ser malvado. Por eso, es indispensable no romper con la tradición y colocar cada año una ofrenda dedicada a quienes aún después de la muerte son nuestros seres amados y no debemos olvidar.

¿Y tú?, ¿ya estás preparando tu ofrenda?

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autor Amante de la literatura, de la fotografía y de descubrir los tesoros de México.
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